sábado, 13 de abril de 2019

La catástrofe de la pederastia


         
El Papa reza al comenzar la cumbre sobre pederastia en febrero 2019
          
         Voy a meterme en este cenagal que supone el análisis de la pederastia, no porque me resulte agradable sino por todo lo contrario. Es de esos temas que no por desagradables hay que dejar de abordar cuando están en juego tantos valores de primer orden: el ser o no ser de la vida futura de unos menores, víctimas indefensas de los abusos marcados para siempre por sus victimarios; las relaciones de poder existentes entre las víctimas y los victimarios; el sacrosanto entorno de la familia como el escenario primario donde los abusos tienen lugar (sic); la conducta victimaria de los sacerdotes y religiosos de las iglesias -católica y no católica- como una especificidad de las relaciones de poder (en este caso religioso) que se apartan de una ética, no sólo metafísica, sino también evangélica, a las que les obliga su condición y cuyo ejercicio propiciaba un plus de confianza en las víctimas y en sus ambientes de relación. Otra cosa diferente es que se aproveche la oportunidad de propiciar zascas a la Iglesia y se trate de contemplar a la pederastia como si los únicos y exclusivos victimarios fueran los sacerdotes y religiosos católicos, casi como si la pederastia hubiera nacido en la historia de la humanidad por causa de los “malnacidos” clérigos.

     Las cifras de abusos estiman que la proporción de los individuos agredidos sexualmente antes de los dieciocho años es del 20 % de las mujeres y del 10 de los hombres. Las agresiones violentas, duraderas y humillantes provocan las secuelas más graves para el individuo.

         La mayoría de las víctimas, entre un 80% y un 90 % del total, se encuentran en el entorno familiar del agresor. Son más fáciles de ocultar y llaman menos la atención. La confianza del parentesco favorece la coacción para que la víctima no revele lo ocurrido.

         Las niñas, en la mayoría de los casos, conocen al agresor que en la generalidad de los casos es un pariente cercano. En el caso de los niños lo más frecuente es que su agresor sea desconocido.

         El 90 % de las denuncias se presentan contra hombres y el 10 % contra mujeres. Una niña de cada tres denuncia a su agresor, menos de un niño de cada diez hace lo mismo cuando, la agresión viene de una mujer.

         Todos éstos son datos facilitados por José Carlos Bermejo Higuera en su libro ‘Humanizar los rostros de la pederastia’ que sigue siendo –como él mismo dice- un reto vivo para comprender el fenómeno, para atender en el sufrimiento y para prevenir, que es la clave más olvidada y la más importante para reducir el impacto de esta calamidad.

         La cantidad de individuos con trastorno pedófilo que cometen actos de pederastia ha siso prácticamente una constante a lo largo de la historia de la humanidad. El fondo del problema que padece un pederasta es el de su inmadurez psicosexual; por lo demás nada obsta para que puedan ser inteligentes, cultos, estar integrados en la sociedad e incluso estar casados y tener hijos. Adolecen de un conflicto sexual no superado, seguramente a raíz de un trauma infantil no superado, oculto en la mayoría de los casos y del que no se es consciente en muchos casos. No es que toda víctima se convierta en victimario, sino que la mayor parte de los victimarios tienen historia de víctima en su pasado. Así lo expresa José Cabrera, psiquiatra forense.

         Existen pederastas de cualquier género, condición, estado civil, opción sexual. Ha sido un empeño de gran envergadura el sacar a la luz y catigar los casos de pederastia llevados a cabo por los sacerdotes y religiosos de la Iglesia Católica. Un empeño del Papa Francisco que ha proclamado y exigido la “tolerancia cero” para todos los casos y que ha demostrado él mismo con alguno de sus más próximos colaboradores (el Cardenal Pell se me viene a la cabeza en primer lugar) Todos estos casos han venido bien a quienes buscan siempre estar atizando a la Iglesia que se han podido recrear en la suerte de atizarla. Sin embargo, sepan todos que hay de todo entre los pederastas: homosexuales pederastas y pedófilos, pero resulta evidente que, así como ellos, dice Bermejo, también existen abogados, arquitectos, médicos, chóferes, periodistas, bailarinas, azafatas, amas de casa, artistas, músicos, hombres o mujeres de cualquier profesión, oficio o labor (incluso vagos) que siendo heterosexuales, bisexuales, homosexuales, o polisexuales, también lo son.

         La notoriedad mediática de una condición, la de sacerdotes u homosexuales, no determina la exclusividad.

         Existe un estudio de un prestigioso psicólogo forense alemán llamado Hans Kröber (ateo por más señas) en que deduce y afirma que ‘el celibato no causa la pedofilia’ puesto que el porcentaje de pederastia entre sacerdotes y religiosos, que establece según las estadísticas en un 0,04 %, es hasta menor que el que se da entre los heterosexuales de otras profesiones o al de la población global.

         No existe un perfil causal inequívoco del pedófilo, señala Bermejo. Hay quienes partiendo de análisis empíricos afirman la conexión entre factores culturales y sociales. Del otro lado, es importante saber que un niño sin nigún tipo de información sexual puede ser más fçácilmente víctima de los engaños y la seducción de un abusador sexual.

         Existe una responsabilidad colectiva grave para la prevención a través de una educación adecuada. En la familia, sí: una educación para una sana autoestima, para una relación saludable y un uso adecuado de la interdependencia y de los juegos de poder. Una educación sana también para no hacer de la propia experiencia de víctima una causa suficiente para convertirse en victimario. Eso nos llevaría a una cadena sin fin.

         Urge una educación sana en los procesos formativos de las personas que están llamadas a liderar comunidades religiosas, que deberán ser ejemplos de virtud y respeto sagrado de la dignidad de las personas y promotoras de una vida feliz.

         Igual que la prevención urgen formas de ayuda personalizadas para todos los afectados del proceso: las víctimas, sus familiares, pero también los victimarios y los suyos. En sus correspondientes grados y características todos sufren con la pederastia.

         Concretemos algo más el decisivo asunto de la prevención. Algunas pautas para proteger a los niños:

1.      Los niños deben saber y tenerlo asumido que sus padres están presentes siempre para apoyarlos, protegerlos y hasta participar en sus juegos. No necesitan valerse, para ello, de un extraño.
2.      Conviene fijar normas de uso de Internet (redes sociales) y estar al tanto de los chats, de los temas que tratan en ellos y con quiénes hablan. Si preciso fuera hay que vigilar por uno mismo la conducta del niño en la red.
3.      Hay pederastas (no pocos) que crean perfiles falsos en las redes sociales, por lo que hay que enseñar al niño a no compartir imágenes con desconocidos.
4.      Hay que aleccionar al niño sobre cómo debe actuar en caso de perderse en un lugar muy concurrido o cuando un desconocido se dirija a él. Se puede hacer en forma de juego y poniendo ejemplos de las diferentes situaciones que pueden plantearse. Conviene obtener eficacia empleando los medios más prácticos posibles.
5.      Es imprescindible que el niño tenga conciencia de que su cuerpo es suyo, entera y exclusivamente suyo, y que no puede permitir que otra persona lo toque.
6.      Ante la posibilidad de que el niño hubiera iniciado una conducta diferente a la habitual, conviene hablar con él para poder deducir qué está ocurriendo. Inquirir sobre el día y, quizás, sopesar preguntas por tocamientos, si sospecháramos de su posibilidad.
7.      Hay que confiar en la palabra del niño. Si acusan a un adulto de tocamientos o aseguran que “un mayor” no les cae bien, debemos ponernos en alerta por muy respetad y querida que sea esa persona.
8.      En todo caso hay que escuchar al niño, hay que ser un buen interlocutor suyo y dedicarle toda la atención posible. Si no lo hacemos nosotros, otra persona lo hará.

         Voy a hacer una última referencia a los abusos de poder religioso. Como se sabe los sacerdotes de la Iglesia Católica están sometidos a la obligación del celibato, con una excepción muy pequeña en los llamados ‘uniatas’ la Iglesia oriental fiel al Obispo de Roma. Pues bien, a propósito de los abusos por parte del clero católico he oído y leído a católicos, supongo que buenistas, manifestando lo bien que se arreglaría todo si los sacerdotes católicos se casaran y tuvieran su familia, como los pastores protestantes, y lo conmovedora que resultaba la imagen de ver acudir los domingos al oficio con su familia completa.

         Pues bien, ya dejamos dicho líneas arriba que los pederastas pueden ser de cualquier oficio y condición y también manifestamos cómo un psiquiatra forense alemán no atribuía al celibato mayor propensión al delito.

         Pues, habiendo dejado sentado todo esto, quiero que conste que dos periódicos de importante difusión en el estado de Texas (el Houston Chronicle y el San Antonio Express News) han denunciado desde comienzo de este año que desde 1998 más de 400 pastores, voluntarios y educadores de la Southern Baptist Convention (la iglesia protestante más grande de los Estados Unidos) abusaron de más de 700 personas, en su mayoría menores.

        No caigamos los católicos en buenismos en contra de nuestra propia fama.

      Pero sobre todo, sabiendo de la inmensa difusión del horror de la pederastia tengamos el coraje y el talento de prevenir, acompañar y rehabilitar con la mayor decisión.

         Nos va la vida en ello.





E.L./13.04.2019

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