lunes, 12 de febrero de 2018

EL AMOR DE VERDAD Reflexionando sobre lo que es y en lo que consiste

"El mundo se desmorona mientras nosotros nos enamoramos"
(Ilsa a Rick en Casablanca)

           En alguno de mis escritos anteriores ya he comentado algo sobre el amor, pero siempre de pasada, a propósito de otro tema con el que el amor convergiera. Nunca he expuesto mis pensamientos sobre el amor de una manera autónoma, exclusiva y ordenada. Me propongo ahora escribir unas pocas páginas con el amor como tema único y contar lo que sé, como hago siempre, y expresar lo que siento.

           Probablemente sea el amor el asunto de mayor trascendencia para la persona de entre todos los que trata la antropología. Por dos razones primordiales; a saber: el amor es la gran energía que mueve (o debería mover a la humanidad) por causa de la vis atractiva que comporta y, en segundo lugar, el amor constituye la vocación última y definitiva de la persona y, por tanto, en su realización amorosa la persona tiene el camino definitivo para completarse y llegar a su plenitud.

           Y, sin embargo, no resulta fácil entenderse en nuestros días al hablar del amor. Es –sin duda- la voz peor parada del diccionario, se ha desvirtuado su naturaleza por completo hasta creer en un amor siempre idílico, placentero, sin renuncia alguna, confundido con la práctica del sexo y esos caracteres resultan ser, o lo antagónico del amor, que siempre supone el vaciamiento de la persona en otra u otras personas, o una confusión entre lo que es el amor y algunas cosas que tienen que ver con el amor pero que no son el amor. Y el que no lo tenga en cuenta  cuando hable del amor engañará a los que le estén escuchando.

           Unido a esta problemática, y muy vinculado con estas confusiones, Occidente vive en una carencia de valores sin parangón a lo largo de la Historia y No podemos seguir viviendo sin valores, como escribía yo en un artículo del año 2013 que incorporé a este blog al iniciarlo –diciembre 2016- y cuya lectura recomiendo ya que ayuda a comprender, complementándolo, algo de lo que aquí decimos.
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           Como muestra de lo que estoy diciendo, está preparándose en Antena 3 TV, ya ha comenzado a emitirse, un programa titulado Casados a primera vista ¿No se nos puede ocurrir otra cosa sobre el amor que una contradicción tan palmaria: casados a primera vista? El matrimonio no es más que el soporte jurídico de una realidad personal que se llama pareja humana, que consiste en una comunión de besos y caricias, de vida, entre un hombre y una mujer, con vocación de eternidad y conformada en el amor. Cuando esa realidad se ha constatado y ambos miembros quieren consolidarla y fortalecerla -la pareja, digo- la sociedad la ampara, dándole trascendencia social a través de la ley en una institución de derecho civil que se llama matrimonio ¿Es posible hacer el matrimonio a primera vista o es una cuestión de más fuste, en que la pareja se juega mucho y que requiere de tiempo para valorarlo? ¿Es que la pareja se hace a primera vista? Que no es deseable, por supuesto; pero es que tampoco es posible, es ir contra la naturaleza de la persona, de la pareja y del amor. ¿Ganamos algo difundiendo semejantes mamarrachadas a través de la TV? O somos rigurosos con lo que más nos incumbe o nos veremos destinados a la autodestrucción.

           El amor y lo que tiene que ver con el amor son cosas diferentes. Lo que se suele llamar amor está a gran distancia de lo que es el amor personal y hay que evitar el equívoco. Se quejaba el Profesor Marías en su Mapa del mundo personal de que las enciclopedias actuales nunca tienen un artículo sobre este concepto, que parece indigno e imposible de ser tratado. La palabra amor se usa por inercia, por el peso de una tradición milenaria, pero con gran frecuencia es sustituida por otras, sobre todo sexo.

           El hecho de la atracción sexual entre hombres y mujeres es tan elemental –y por ello tan importante-, que es lo que parece reclamar la atención del que piensa sobre tales asuntos. Desde cierto momento de la vida hasta otro muy lejano –si es que este último existe-, el hombre y la mujer sienten atracción mutua, en muy diversos grados,  que tiende a individualizarse. Es decir, se concentra y hace más intensa sobre una configuración que despierta la sensualidad y hace que se concrete en forma de deseo. Habría que preguntar: deseo ¿de qué? Pero esta pregunta, de no fácil respuesta, casi siempre se omite, se da por supuesto que ya se sabe, con lo cual se lleva a cabo una primera y enorme simplificación.

           En lo que tiene de espontáneo y más real (prescindiendo de interpretaciones sociales) muestra una variedad considerable ¿Qué despierta e individualiza ese deseo? Depende de cada uno, de su contextura psicofísica, de sus experiencias vitales, de la que tenga, por su familia, ante todo de sus padres, de la relación entre hombre y mujer. También de la época, de las vigencias sociales, de los modelos que presenta, por ejemplo, el cine, de las modas. Tal vez los andares, para los cuales ha sido sensible el varón durante largo tiempo, y hoy desatendidos, o las piernas, que hicieron su aparición hace unos cien años, o el busto, o la nuca, o la cabellera o la boca. Todo eso es impersonal, pero da la casualidad de que está adscrito a una persona, sostenido por ella, lo cual introduce un elemento personal en lo que todavía no lo es. La atracción sexual es respecto del amor lo que Ortega expresó con una metáfora, y por tanto con insuperable concisión y precisión a la vez: como el viento en las velas. Ahí empieza y termina la historia, manifiesta Julián Marías.

           En todo este conjunto de cosas existen cosas que tienen que ver con el amor: atracción, sensualidad, pasión, sexo, sensaciones, afectos, deseos, etc. Pero como decíamos más arriba esas cosas no son el amor.

           A cualquier relación pasajera y superficial, que no lleva a ninguna parte, se le llama amor. Por eso hay que volver a encontrar el verdadero sentido de la palabra amor y aplicarlo a la vida, conocer de su profundidad y reconocer su misterio. Hay que hacer una distinción entre amor y sexo. En muchas relaciones sexuales no hay amor y lo peor es que esto se admite en las vigencias sociales de nuestro tiempo: El amor es otra cosa, es acercarse al otro, es querer estar junto al otro, es querer lo mejor para el otro. El amor llena el corazón del hombre y hace que nos sintamos alegres y en paz. El amor persigue el bien moral que nos dota de estas cualidades -alegres y en paz- mientras que la relación sexual sin amor es sólo un método de placer. El trato sexual indiscriminado busca aprovecharse del otro y esto implica que hombre y mujer se alejen porque sienten un contacto superficial que no les significa nada.

           Si nos damos una vuelta por la Wikipedia sí que existe una entrada para el amor, del que dice: “De manera habitual, y fundamentalmente en Occidente se interpreta como un sentimiento relacionado con el afecto y el apego, y resultante y productor de una serie de actitudes, emociones y experiencias.” Si no sacamos al amor de ser sentimiento, al igual que todos los sentires, tenderá a moverse en la dirección del viento. Pobre amor. También es un sentimiento en el diccionario ideológico de Casares y sentimiento, nos aclara que es la acción de experimentar sensaciones físicas o morales. Por fin, es también un sentimiento para el diccionario de La Española: “sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido.” En una segunda acepción la RAE considera “amor la atracción sexual” y en una tercera (y esto ya me parece de aurora boreal) lo considera “el apetito sexual de los animales.”

           Si las enciclopedias y los diccionarios así lo describen es porque la sociedad así lo percibe.
 
Hay muchas formas de amar
           
          Que el amor provoca sentimientos es evidente, pero es algo de mucho más peso que un sentimiento. Es una instalación de la persona que ésta decide tras el enamoramiento, tras tomar conciencia de los hijos que ha engendrado, tras sentirse amigo de esos amigos que va haciendo a lo largo de la vida, cuando toma conciencia  de la consistencia misericordiosa e inefable del Amor de Dios, cuando opta por la predilección hacia los débiles que lo rodean…Existen muchas formas de amor. En todas ellas el vaciamiento de uno mismo en el amado(s) es común, en eso precisamente consiste amar. Y cuando se decide amar se vive enteramente desde esa instalación del amor como se vive desde la instalación de ser mujer o desde la instalación de ser español o desde la instalación de tener cuarenta años, o desde la instalación de ser alto, bajo, gordo o flaco, rubio o moreno. Es decir, desde la instalación del amor se vive amando porque en eso se está, esa ha sido la opción que me ha parecido mejor, a esa opción he llegado y he llegado para quedarme.

           Y para saber algo más de lo que la instalación significa basten esos ejemplos. Desde esas diferentes formas de vida, desde esas estructuras biográficas del estar, apoyándose en ellas, avanza el hombre en diversas direcciones, hace lo que ha proyectado, despliega el dramático dinamismo que llamamos vivir. No basta con la mera circunstancialidad de la vida humana; no es suficiente decir que el hombre está en el mundo; hay que ver cómo está, cómo tiene que estar o puede estar. Ahora podemos entender lo más importante, lo que antes no hubiera sido plenamente inteligible: la instalación es la forma empírica de radicación en la vida humana como realidad radical.” (Marías, “Antropología Metafísica”)

           No se puede reducir el amor a un acto o a una serie de actos, que es lo que sugiere el verbo amar; el amor es primariamente una instalación en la cual se está y desde la cual se ejecutan actos -entre ellos, los específicamente de amor-. Con otras palabras, cuando se está instalado en el amor, desde él se hacen muchas cosas, una de ellas amar. Esto lo expresa admirablemente nuestra lengua -y otras, pero no todas- con las palabras enamorarse, enamorado, enamoramiento, en todas las cuales aparece reveladoramente el “en” que indica la instalación.

           Por eso, si se quiere usar el verbo amar, más que amo habría que decir estoy amando. No es simplemente un acto que yo pueda ejecutar –si así fuera, podría ser en principio un acto singular y aislado, que nadie confundiría con el amor-, sino que me encuentro enamorado, me descubro como tal, puedo dudar de si lo estoy o no, mientras no tendría sentido dudar de una realidad psíquica, ni siquiera de un acto. Podríamos decir incluso que acaso estoy seguro de que amo pero no de que estoy enamorado.

           Las teorías del amor han estado muy influidas por la psicología. El haber entendido el amor sobre todo como un sentimiento, secundariamente una afección o tendencia, ha enturbiado indeciblemente su comprensión. Naturalmente hay sentimientos amorosos; son los que acompañan al amor, los fenómenos concomitantes con los cuales se realiza y de los que parcialmente se nutre; pero el amor no es un sentimiento. Ya lo decía líneas arriba. La interpretación psicológica del amor lo reduce a la esfera de la vida psíquica, y no hay duda de que ésta queda afectada por el amor, y que podría haber una psicología del amor, pero éste es una realidad de la vida biográfica. Y una realidad de la vida biográfica solamente se puede atribuir a una persona. Como enunció Ortega, y describió de una manera inmensamente expresiva y sencilla, la realidad primaria y última no se reduce a las cosas, como había creído la filosofía realista, desde la Antigüedad hasta el s. XVII, ni  tampoco al yo, como sostuvo el idealismo desde Descartes hasta nuestro tiempo, sino que la realidad radical, no única ni la más importante, sino aquella en que radican o aparecen y se constituyen todas las realidades, que por eso son radicadas, es mi vida, la de cada cual, es decir yo y mi circunstancia, yo con las cosas, haciendo algo con ellas. La vida humana termina con la muerte, es indudable ¿Qué significa esto? ¿Se extingue la realidad radical? Hay que buscar algo más, pero precisamente no puede ser algo, sino una realidad bien distinta, irreductible, de otro orden: lo que llamamos alguien, y que la lengua distingue espontánea y radicalmente.

     La necesidad de comprender esto lleva a una cuestión nueva y particularmente espinosa, casi siempre eludida por toda la tradición filosófica: la forma de realidad que pertenece a ese alguien, a ese yo inseparable de su circunstancia –sea esta cualquiera-; esto es lo que llamamos  persona.

Tras el enamoramiento llega la decisión de amar
         

           Al descubrir la persona, el primer dato, esencial, es el de su corporeidad. El soporte carnal hace posible la inserción del hombre en el mundo; sin embargo, la consistencia de la persona va más allá del cuerpo. La persona es una realidad proyectiva, futuriza, que escapa al presente y lo trasciende; consiste en innovación y siempre puede rectificar. Por su irrealidad, inseguridad y contingencia es lo más vulnerable pero con un núcleo invulnerable porque nunca está dada: no se puede decir de ella “esto es”, porque “está siendo”, y “va a ser” sin límite conocido.

           Y ese concepto de persona que viene desde los griegos, que parece evidente, pero que no resulta tan sencillo –conócete a ti mismo- es decisivo en el amor. Aman las personas y sólo el amor personal es amor de verdad, Y nótese que la persona, un concepto que se atisba en Grecia seiscientos o setecientos años del nacimiento de Jesucristo, toma una fuerza inmensa con el cristianismo, no sólo porque el Dios trinidad es un Dios personal –tres personas distintas en un solo Dios- sino porque la segunda persona, el Verbo, se hace carne mortal, como la nuestra, para nuestra salvación, lo que tiene una repercusión muy grande en la filosofía de Occidente desde entonces. Y Kant, en el s. XVIII, considera que la persona es el ser que tiende infinitamente a la verdad, al bien y a la belleza. Y si somos fieles a nosotros mismos esa fuerza innata hacia lo más alto la sentimos de verdad y, al mismo tiempo, al mirarnos en el espejo, advertimos nuestra pequeñez y nuestra debilidad. La vida del hombre acontece en esta paradoja y de la buena gestión de esta paradoja depende en gran medida nuestra felicidad.

           Todo ello ha ido haciendo a la persona como algo (alguien) sagrado en la tradición judeocristiana, en occidente.

           Para Kant las cuestiones últimas de la filosofía mundana (práctica) son cuatro: 1) ¿Qué puedo saber? (Metafísica); 2) ¿Qué debo hacer? (Moral); 3) ¿Qué puedo esperar? (Religión) Y 4)¿Qué es el hombre (Antropología) “Pero en el fondo –dice Kant- se podría poner todo esto en la cuenta de la antropología, porque las tres primeras cuestiones se refieren a la última.” La filosofía se convierte en antropología. El último fin de la filosofía es que el hombre se conozca. El objeto supremo de la metafísica es la persona humana.

           Pues bien, el amor de verdad es el amor personal, el amor de persona a persona, el amor en que el que ama tiene presente que está amando a una persona y que por ello él o ella tiene un valor infinito y que junto a la personada amada siente que crece y se completa a sí mismo.

           La vida no es fácil de vivir y las cosas grandes de la vida (el amor es la más grande) no lo son tampoco. Por eso hay que ir entrenando desde pequeño hasta hacer del amor un hábito como lo vemos en algunos hombres y mujeres que tenemos alrededor. Pocos, pero grandes. “La primera experiencia del amor la hicimos desde nuestro nacimiento en la gratuita ternura de que éramos objeto”, subraya J. Mac Avoy. En efecto, el amor materno y el amor paterno responden de manera espontánea al intenso amor filial que, desde sus primeras experiencias de la vida, el recién nacido ofrece inmediatamente a los que se ocupan de él. Las impresiones recogidas en esos primeros lazos afectivos constituirán la base de todos los vínculos afectivos que se anuden posteriormente.

           Luego, el niño va creciendo y su necesidad de amor busca otras personas con quienes compartirlo, a medida que su círculo social se amplía: busca, en primer lugar, el amor fraterno de los hermanos mayores dentro de la familia, luego el amor-ternura, el amor-amistad de compañeros de la misma edad. Finalmente, la pubertad le lleva a interesarse por el otro sexo, con un amor romántico, todavía idealizado, que se alimenta más de fantasía que de hechos, más de esperanza que de acción. Es el Amor, con mayúscula, “happy end” de innumerables novelas, como si, al llegar a ese estadio, no existiera problema alguno capaz de afectar realmente a los que se aman. Pero innumerables avatares acechan todavía al amor humano. Estos son algunos de los que enumera el Dr. A. Hernard.

       El flechazo. “Sólo tiene lugar en condiciones afectivas especiales, que pueden resumirse en esa necesidad de amor que existe en todo ser privado de ternura, que es el alimento psíquico.”

           El amor deseo. “Amor en el que el sujeto tiende a incorporarse el objeto amado, a asimilarlo, si es que no a disponer de él como de una cosa anónima.”

           El amor pasión. “El más descrito por la literatura, porque es como una tempestad que envuelve a la personalidad social…Verdadera intoxicación moral cuyos recuerdos evocará luego el individuo, quien tiene la impresión de que realmente no era él mismo.”

           El amor cerebral. “Es del mismo tipo que el anterior, aunque su finalidad erótica, debido a la represión, esté más o menos profundamente disimulada. Por lo demás, puede ser más apasionadamente ciego y celoso.” Se llama también amor platónico al amor que no exige una culminación sexual.

         El amor-instinto adquirido. “Queremos decir que aun cuando la energía sexual que lo acciona radicalmente sea innata, ese amor no adquiere su poder sino tras un largo período de adaptación, después de acostumbrarse a compartir la satisfacción afectiva, para lo que ayuda la satisfacción erótica.”

El amor-pasión

           Todos estos son caminos erróneos del amor, sobre los que cabe corregir el rumbo y redirigirlos al amor de verdad que se convierte en lo que podemos llamar El amor hábito: Resultado de una vida común experimentada en la que se mezclan las satisfacciones del instinto sexual, el placer de tener hijos, el equilibrio personal y familiar, que viene como consecuencia de una buena armonía lograda tres años de vida compartidos por los dos. En la juventud la intensidad de las pasiones que se sienten hace que se mire al amor-hábito con desdén. En la edad madura se convierte en el don más valioso de la pareja. Su duración previa garantiza la solidez futura del mismo y representa la acumulación de experiencias felices que le dan todo su sabor.

           El amor, que surgió con motivo de la adivinación de la persona en el ser por el que se siente atraído, va creciendo, madurando y fortaleciéndose a base de un proceso de prueba y error como es el conjunto de la vida del hombre sobre la tierra, pero con dedicación, esfuerzo, renuncia y hasta vaciamiento en la persona amada. Y con esos objetivos programáticos, con las características repetidamente practicadas de: paciencia, afabilidad, nada envidioso, ni jactancioso, ni engreído, ni grosero ni egoísta, jamás se exaspera, nunca lleva cuentas del mal, rechaza la injusticia y se asocia siempre a la verdad. El amor siempre disculpa, siempre se fía, siempre espera y siempre aguanta. Ese amor ni falla nunca, ni pasa jamás (1, Cor. 13)
 
"Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos"
(Neruda)
           Estos dos versos finales del Poema 14 de Neruda son imprescindibles: yo te quiero como eres y por eso no quiero cambiarte. Sólo quiero, al quererte, crear el ambiente propicio -como la primavera- para que florezcas más y más.

           Dos consideraciones finales que me parecen de suma importancia: en toda relación interpersonal, la comunicación entre las personas es clave para poder llevar la relación a puerto. Eso es válido desde la relación más densa entre las personas (la pareja humana) como la más liviana (un compañero de asiento en el tren) En todos los casos y en cada uno, de la forma y con la intensidad que su naturaleza lo requiere, hay que esforzarse en una comunicación lo mejor posible.

           Y, por fin, el otro día escuché a un hombre joven, de cultura elevada, apasionado e inteligente manifestar que el antónimo del amor no es ni el desamor, ni el odio, ni siquiera la traición. El antónimo es el cálculo. No es posible decir que se ama si se está calculando en qué dosis te vas a entregar a la persona amada.

           O todo, o nada.

           Amemos de verdad (y dejémonos amar) porque en ello encontraremos satisfecha la vocación principal de la persona y, por tanto, amando llegaremos a nuestra plenitud personal.

           Termino con estos preciosos versos de Salinas:

"Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando."
(Pedro Salinas)


















E.L./06.02.2018