Desde la Revolución Francesa y la
revolución industrial el hombre se da a sí mismo un proyecto de modernidad que traspasa el siglo XIX hasta llegar hasta
comienzos de los años 60 del siglo pasado. Nace en Europa y se amplifica a un
proyecto global hegemónico y con carácter totalizador para el resto del mundo. Se
caracteriza, sobre todo, según Rodríguez Magda siguiendo a Habermas, por la
absolutización de la razón: es el esfuerzo ilustrado por desarrollar desde la
razón las esferas de la ciencia, la moralidad y el arte, separadas de la
metafísica y la religión. De esta manera la razón emerge como medida de todas
las cosas haciendo de la modernidad
un proceso emancipador de la sociedad, un salir de la tradición para
adentrarnos en una secularización de las cosas, un colocar al hombre como capaz
por sí mismo de responder a las interrogantes colocando a la razón por encima
de las respuestas teológicas, lo que hasta entonces se había conocido como la
tradición. Esta Utopía desde la razón y precisamente porque está presidida por
la razón misma fue cohesionando un modelo, cuya quiebra, desde su propio punto
de vista, no puede sino conducir a la barbarie.
Descartes |
Este estado de cosas ha proporcionado a
la humanidad una referencia en el camino, seguridad en los conceptos y en los
valores aceptados por convenio por todos y cerca de doscientos años de
criterios bastante estables.
Sien embargo, J. J. Garrido afirma que
es justo reconocer que había motivos para rebelarse contra ese ambiente en una
rebelión postmoderna: el abuso de la
razón, convertida en razón científico-instrumental y ciega para otras
expresiones y dimensiones de la realidad; la intolerancia hacia formas de
pensar y sentir diferentes de las entronizadas en el gran relato; la
manipulación del absoluto, causa de grandes sufrimientos entre los seres
humanos; la ideología del progreso (en ella seguimos) que –al decir de Ortega-
se había convertido en el opio entontecedor de los pueblos; la
instrumentalización partidista del llamado “sentido de la historia” para la
eliminación de los adversarios políticos; el temible poder de la técnica sin
referencia al horizonte humano; la absolutización de la economía…
Continúa el Profesor Garrido
manifestando con rigor que todo esto
estaba detrás del origen del pensamiento y de la condición postmodernos y en cierto modo lo justificaba al conectar con un
difuso y muy extendido malestar de la conciencia europea. Otra cosa muy
distinta era el que este modo de pensar postmoderno,
al rechazar las raíces de Occidente y los valores de la Ilustración, pudiera
ofrecer algo positivo a las nuevas generaciones. De hecho, al arranque de la postmodernidad no abundaba la esperanza
y se fomentaba un cierto fatalismo y una actitud resignada ante los
acontecimientos, compensada con el esteticismo. Sin olvidar que el rechazo sin
matices de todo lo moderno e ilustrado suprimía también el espíritu utópico.
La postmodernidad
es quizás el momento de mayor vacío de entusiasmo y esperanza del hombre a lo
largo de la Historia, no comparable con ninguna otra época (algo de naturaleza
parecida pero de ninguna manera idéntico, ocurrió en el caprichoso paso de la
República Romana al Imperio, momento en el cual la civilización romana comenzó
a desmoronarse) A ello se añade en los años 80 del pasado siglo la caída del
muro de Berlín y la desmembración de la Unión Soviética que hace desaparecer la
última utopía –para quien la quiera-: el comunismo.
Se puede definir la posmodernidad como la libertad de librase de los mandatos. Según
los generadores de este pensamiento, si existen reglas, leyes o todo aquello que
haga del hombre una especie encerrada en mandatos, no podrá ser feliz. Cree en
una libertad que no es destructiva para la sociedad, que no es regida por
normas y teorías; mira a su alrededor, más bien, y medita y critica tanto a la
realidad como a la teoría que ha hecho surgir las tecnologías y los avances en
lo humano. No cree en los descubrimientos de la ciencia ni en la realidad que
esta pueda traer y critica la ciencia a tal extremo que su argumento es decir
que los cambios científicos y tecnológicos se han producido dependiendo de la
perspectiva humana que pueda tener cierto individuo al estudiar cualquier cosa
que le rodee en el mundo y el universo.
En relación con el rechazo a las
verdades absolutas es característico de la posmodernidad
el abandono de la razón y el desprestigio de la idea de progreso. La razón se
fue sustituyendo por la estética, por los valores creativos; la categoría de interesante (que es estética) ha
sustituido a la categoría de verdadero
(que es epistemológica) En la posmodernidad nada es verdadero, lo que provoca
una falta de asideros existenciales no pequeña. Al desconfiar de la razón hay
una pérdida de preocupación por la realización colectiva y resalta el interés
por uno mismo. Esto se observa en el entorno de lo religioso: hay un boom de lo
sobrenatural y de las ciencias ocultas (quiromancia, astrología, videncia,
cartas astrales, cábalas) A diferencia con la
modernidad, en la posmodernidad
no hay prejuicio en aceptar explicaciones por más irracionales que sean. Además
de un retorno de lo irracional, también retorna Dios, pero el Dios del
individuo posmoderno no puede ser demasiado exigente: como el individuo
postmoderno obedece a lógicas múltiples su postura religiosa también las tiene
y vive un sincretismo con ideas judías, cristianas, hindúes, budistas y
añadiendo un poco de marxismo y de paganismo. La posmodernidad disuelve las ilusiones de la modernidad y, a
diferencia de ésta, que era ingenuamente optimista, lleva una carga de
pesimismo consigo.
Este ambiente posmoderno (en la modernidad
no hubiera cabido) es el que nos lleva a tantas sinrazones como estamos
viviendo: que se pase el bachillerato con asignaturas suspendidas; que dé lo
mismo el esfuerzo que la holgazanería, que todo valga lo mismo, consecuencia
del abandono de la metafísica y por tanto de la ética; que se represente a
España en Eurovisión cantando en inglés; que Manel quede el último en el
concurso y esté orgulloso del resultado porque “es lo que hay” y la preparación
que había hecho fue “espectacular”; que mientras la policía está registrando la
sede del PP en la calle Génova por corrupción en la Comunidad de Madrid, el
Presidente del Gobierno y del Partido proclame en el Congreso que éste es el
regenerador de la democracia y la vía para acabar con la corrupción; tampoco en
la modernidad hubieran cabido los populismos de derecha, de izquierda y mediopensionistas
por la sencilla razón de que va contra la razón vulnerar las normas que nos
venimos dando, desde las de protocolo hasta la Constitución Española que es la
cima de la pirámide normativa.
Marine Le Pen |
Manel Navarro |
Podemos en el hemiciclo |
En relación con la idea de progreso me
sorprende (me viene sorprendiendo desde que tenía 20 años) que los partidos de
izquierda continúen autocalificándose de progresistas. No sólo porque no han
propiciado progreso alguno, nunca, en las sociedades a que se deben sino porque
la cultura dominante no se fía ya de su idea de progreso como realidad posible
y por lo tanto deseada.
La transmodernidad
corresponde a una etapa nueva, a un nuevo reordenamiento cultural en que se
supera la posmodernidad y se
recuperan algunos aspectos que quedaron sin concluir en la modernidad. Ojala se vaya consolidando y regresemos a un
ambiente de mayor espesor humano y personal. Yo no veo aún luz al final del
túnel pero los que están al tanto de estos movimientos (sociólogos y filósofos
sociales) dicen advertir el cambio.
El elemento central que atraviesa la transmodernidad es la globalización que
se constituye en el gran referente. Y en esa orientación global Garrido incluye lo más sólido del pensamiento del siglo XX que vio las insuficiencias
del mundo moderno y de la ilustración y que se esforzó en la búsqueda de
caminos nuevos, sin por ello renunciar a los logros intelectuales, sociales y
políticos de la modernidad: el individuo como portador de derechos, la
universalidad de lo humano y su dignidad, el deseo de igualdad, los
planteamientos democráticos, el valor universal de la verdad, etc. “Ante el
hundimiento y el descrédito de la razón racionalista, cientifista, técnica e
instrumental los grandes pensadores del siglo pasado, como Bergson, Husserl,
Ortega, Scheler, Hartmann, Zubiri, Levinas, Merlau-Ponty, Heidegger, en lugar
de renegar de la razón o de sumergirse en el relativismo, trabajaron cada uno a
su manera en la búsqueda de una racionalidad amplia y acogedora, respetuosa con
la realidad en sus múltiples manifestaciones, más abierta hacia lo que las
cosas son y muestran ser; una razón que evitara el dogmatismo del sistema
cerrado y exclusivo, la pretendida explicación total y sin fisuras, la
exclusión de dimensiones relevantes de las cosas y de la vida humana y la confusión
de los esquemas conceptuales con lo real aprehendido en ellos.”
Ortega |
“Buscaron una razón que, en lugar de imponer a
lo real sus esquemas e intereses, se dejara enseñar por las cosas mismas y se
abriera admirativamente a sus propuestas, tuviera el sentido de la gratuidad y
el gusto por la contemplación. Y ello fue haciendo posible una nueva manera de
acercarse a las cosas y de mirar el mundo, una nueva manera capaz de hacer
justicia a lo humano en su peculiaridad, a los valores éticos generadores de
proyectos de vida personal y colectiva y a los sentidos profundos y a los
sentidos profundos que las cosas muestran al situarse adecuadamente ante ella como, por ejemplo, el sentido de lo
sagrado y la experiencia religiosa del hombre.”
Otra de las características de la transmodernidad en su desabsolutización
de la razón es que recupera el sentido fáctico, contingente y limitado del
hombre y de todas sus `producciones, el carácter concreto e histórico de todo
lo humano. Más que de RAZÓN, la
filosofía transmoderna prefiere hablar de seres humanos concretos que. razonan y piensan. El pensamiento es siempre
de “alguien” y ese “alguien” es inseparable de una situación, de un mundo con unas
estructuras individuales y sociales ya dadas y desde las que se piensa, se hace
ciencia, se convive y se proyecta un futuro personal y colectivo. Renació así la
conciencia de la propia limitación, y de la necesidad de diálogo y de la colaboración
de todos, de la humildad del pensamiento.
La debilidad del pensamiento no significa que el
hombre no pueda alcanzar la verdad ni deba esforzarse por buscarla, sino que la
verdad encontrada será siempre humana, es decir, limitada, parcial y penúltima.
Se gtermina con los dogmatismos pero también con los relativismos.
Ojala que todos estos trazos vayan posándose en
nuestra cultura y podamos ganar en sentido personal, en profundidad teórica y vital
y, a la postre, en felicidad individual y colectiva.
Así lo deseo de todo corazón.
E.L./18.05.2017