“Me duele España” - decía Unamuno -; “¡soy
español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua
y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo.”
A mí, que soy tan español como él, me
duele España también y como lleva ya años doliéndome y el dolor no cesa sufro
un dolor cada vez más agudo que os pido me ayudéis a paliar buscando soluciones
–pequeñas, cada uno- para reparar los males que hemos permitido que asfixien moralmente
a España en la actualidad.
Hace no mucho tiempo, finales de 2013, publiqué
en FB una nota que se titulaba “No podemos seguir viviendo sin valores” (está
en el blog) Mantenía entonces la tesis de que la caída del muro de Berlín en
1989 acabó de un golpe con la última utopía en nuestro mundo (el comunismo,
para el que lo quiera) y eso nos produjo –a la humanidad toda- una desazón de
una magnitud como nunca había tenido cabida en la Historia. Esa desazón nos
llevó a desconfiar de los valores que teníamos y los abandonamos, pero ni los
hemos recuperado, ni los hemos sustituido por otros y el hombre sin valores no
puede vivir una vida personal. Hoy, como hace cuatro años, proclamo que no
podemos seguir viviendo sin valores y voy a comentar para quien quiera escuchar
las características que tiene una vida sin referencias éticas como la que
estamos viviendo hoy. En España y en el mundo, pero hay que ocuparse de
enmendar –en primer lugar- el mal más próximo, España.
Sin valores se reduce el espesor personal de
cada uno y van desapareciendo las aspiraciones que siente cada persona cuando
hubo adquirido un cierto grado de adultez. La aspiración a la verdad, la
aspiración al bien y la aspiración a la belleza. Y esa aspiración triple –a la
verdad, al bien y a la belleza- la siente el hombre y la mujer (naturalmente)
con intensidad infinita y con vocación de eternidad. Si se renuncia a la
condición personal, que el hombre y la mujer pueden hacer en el uso de su
libertad (muy mal uso, desgraciadamente), tal renuncia tiene consecuencias trágicas
para ellos y para los demás.
Voy a repasar episodios varios de la vida
pública y privada y analizar en ellos la presencia de bondad, de verdad y de
belleza. Son todos los que están pero no están todos los que son.
¿Es belleza la contemplación de lo que estamos
viendo a diario en la vida pública? Una diputada que entra en el hemiciclo con
su hijo lactante para amamantarlo desde su escaño y demostrar así que está
contra el sistema. Otro diputado con una “cola de caballo” que casi le llega a
la cintura que viste ajeno también al protocolo exigido en el Congreso, ante el
Rey, ante los demás. Otra diputada que en plena sesión se huele la axila ¿para
comprobar si había usado el desodorante en los últimos tiempos? Un diputado que
desde la tribuna habla del Rey de España como el Borbón.
Hablando en la investidura, Anna Gabriel. En sesión ulterior hizo una comprobación del olor de su axila. "Cosas veredes, Mio Cid" |
Joan Tardá se ha referido al Rey como El Borbón |
Se hace con
imposiciones a la mayoría, sin educación, sin modales. Y todo esto lo están
permitiendo las autoridades que nos representan sin inmutarse, como si nada anormal,
zafio, prohibido estuviera ocurriendo. Unos dirigentes a los que se llama
líderes, que carecen de capacidad de liderazgo, cuyo único objetivo es
mantenerse en el poder y, como no tienen condiciones de líder, no saben qué
hacer, no quieren molestar a nadie, no les importa dejarse molestar (si carecen
de dignidad) no negocian sino que hacen componendas, en la mayoría de los
casos, de compraventa de votos, de trapicheo de puestos en las instituciones,
de te tapo hoy yo a ti para que el día de mañana me tapes tú a mí, mis
vergüenzas e indignidades, naturalmente. Respecto a todos aquellos que quieren
acabar con nuestro sistema, el sistema o se defiende o acabarán con él ¿y
después? Mirando hacia otro lado, como hacen las autoridades que nos
representan sólo conseguirán que de verdad lleven a cabo la demolición del
sistema ¿y entonces qué pasará? Las demoliciones son rápidas; algunas casi
instantáneas, las voladuras controladas, pero las reconstrucciones conllevan
mucho tiempo y mucho esfuerzo.
¿Es la verdad y la lucha indeclinable por ella
la negación por sistema hasta la saciedad del escándalo de los Ere’s de
Andalucía, de la operación Gurtel en Madrid y en Valencia?
¿Es seguir el camino del bien proclamar por
parte de directivos nacionales del PP (podría ser de cualquier otro partido,
que es lo peor) que es decisivo en su programa acabar con la corrupción en
España al tiempo que la policía entra en el edificio de Génova –en la sede
territorial de Madrid- buscando pruebas del pago de las obras de remodelación
del edificio en dinero negro? En este caso se desprecia la verdad al mismo tiempo
que se desprecia el bien. La corrupción en todos los órdenes (público y privado)
se ha generalizado con tanta naturalidad que hemos llegado a perder la
conciencia del ilícito ético de la apropiación indebida, de la prevaricación,
de la estafa, del blanqueo de capitales, del alzamiento de bienes y no digamos
de la evasión fiscal. Cuando yo terminé la Licenciatura en ADE al comienzo de
los años 70, salíamos convencidos de que el buen directivo hacía empresa y no
negocio, no pretendía maximizar el beneficio contable sino el beneficio empresarial
total, era como el buen comandante de un buque que es el último en abandonarlo
en caso de tragedia, y sólo se lanzaba a la mar una vez que se habían puesto a
salvo el pasaje y la tripulación. Y esto nos generaba ilusión por ejercer de
directivos y desarrollar proyectos empresariales de éxito. Hoy hay un ambiente
generalizado que cree que el que no se lo lleva p’a su casa es tonto. Pero no
solo lo cree el que se lo lleva sino en toda lo sociedad que se vació de
valores en 1989 y no los ha sustituido.
¿Son bondad los comportamientos de deslealtad
generalizados y aplaudidos por la sociedad de parejas que se han prometido un
amor sostenible hasta la muerte y al llegar el aburrimiento (prohibido debería
estar para una persona adulta) la presencia de un tercer@ que sugiere logros no
cumplidos (siempre virtuales) abandonan a su pareja de origen sin
explicaciones, sin piedad y expoliándola en lo posible disminuyendo las
posibilidades vitales de los hijos habidos en un alarde de desamor e injusticia
difícil de encajar en lo humano?
¿Es buscar el bien mirar hacia otro lado ante
incumplimientos evidentes de la Constitución o las Leyes? ¿Cuánto tiempo hace
que en Cataluña o en Euskadi cuando se exhibe una bandera regional no se hace junto
a la bandera de España como es preceptivo? Se deja y se deja y de aquellos
`polvos vinieron estos lodos que es lo que ocurre siempre ¿Y la persecución que
se hace de la lengua española en Cataluña aun siendo la lengua más hablada en
el territorio? No se permite escolarizar a los niños en su lengua materna con
todo lo que eso supone contra el desarrollo psicocognitivo del niño.
¿Se sigue la senda del bien cuando se topa uno
con cerca de cincuenta directivos de Cajamadrid que disponían de fondos
ilimitados mediante el uso (el abuso) de unas llamadas “tarjetas black” porque
eran ocultas a todo? ¿No sabía el Presidente Terceiro, que fue quien –al
parecer- las introdujo, y los siguientes, que la tesorería es un recurso
escaso? Lo supieran o no, aquí se empleaba como el petróleo en Venezuela:
eterno e ilimitado.
¿Siguen la senda del bien algunos miembros de
la Casa Real al incurrir en adulterio reiterado o en beneficiarse de una
maquinaria de tráfico de influencias generadora de pingües beneficios todos
ellos espurios en su origen? Podría hacer algunas consideraciones sobre la
conducta de miembros de la realeza, pero aquí sólo quiero apuntar que si la ola
de amoralidad ha llegado hasta la Casa Real es porque la nación está viviendo
sin valores en la generalidad de los casos.
Juan Carlos, I de España |
La Infanta Elena e Iñaki Urdangarín |
No quiero concluir con pesimismo para el que me
lea. España ha pasado épocas peores y las ha superado, pero sólo cabe
superarlas como se hizo antaño. Rebotando como pueblo, como nación, de nuestros
huecos días y armarnos de moral para que volvamos a ser la nación decente y
eficiente que queremos ser. Pero para eso hay que olvidarse de nuestros
políticos y buscar referencias en nuevos alcaldes de Móstoles, en nuevas
Agustinas de Aragón, en nuevas Piconeras de Cádiz. Tampoco estaría de más unos
constituyentes en la Isla de León que hicieran una buena Constitución para
mucho más de cuatro décadas contando con la experiencia de la de 1978, vigente
pero incumplida a diario. Que nos contagien los unos y los otros su moral y
consigan rearmarnos. Después de ello continuaremos eligiendo políticos pero de
una decencia equivalente a la de la nación renovada.
Y concluyo: Me duele España, pero tengo la
esperanza de que seremos capaces de rearmarnos, de ser un pueblo y una nación
renovada.
Tenemos que invertir la pirámide que muestra el oculista |
E.L./05.03.17