domingo, 5 de noviembre de 2017

Pensamientos, sensaciones, convicciones sobre lo que estamos viviendo en Cataluña


Las banderas de España y Cataluña
ondeando en lo alto de la Generalidad

         Con esta declaración de la república catalana de octubre de 2017 es la quinta vez que en España nos toca bailar con semejante cáncer. Las fechas de 1640 con motivo de la “guerra del segadors”, 1873, en la Primera República; 1931, proclamación de Maciá; 1934, proclamación de Companys y 2017, proclamación por el “parlament de Catalunya” no sólo vulnerando el derecho español sino las leyes propias catalanas que se había dado el propio parlament. La de 1640 fue la más grave de las cinco, ya que en ella España perdió el Rosellón y la Cerdaña No creo que haya demasiadas posibilidades de desafueros mayores en una comunidad política.

         Este sinvivir con el nacionalismo catalán a lo largo de la Historia de España es lo que llevó a Ortega a proclamar:

  “Es un problema perpetuo, que ha sido siempre, y seguirá siendo mientras España subsista. Este es el caso doloroso de Cataluña; es algo de lo que nadie es responsable; es el carácter mismo de ese pueblo; es su terrible destino, que arrastra angustioso a lo largo de toda su historia”.

        No debemos abandonar el asunto, como Ortega, sosteniendo que “es el carácter mismo de ese pueblo” y que por ello mismo el problema no tiene solución. Todos los problemas entre personas tienen solución, pero hay que ponerse a ello con decisión y con la voluntad de todas las partes de acabar con los conflictos.

        Para empezar, todos deben saber de lo que se está hablando. De otro modo, seguiremos en la ceremonia de la confusión cuando no de la mentira, de la falsificación de la historia y de la imposición energuménica de los deseos para hacerlos realidad por encima de todo y por encima de todos. Llegados a este punto se acaba con el Derecho y fuera del Derecho cualquier sociedad se convierte en la jungla. Y convertir España en la jungla hoy es más peligroso que ha sido nunca porque hay movimientos anti-sistema organizados para demoler todo lo bueno que la Historia ha ido levantando a base de esfuerzo, coraje y renuncias de nuestros antepasados. Volveré más adelante sobre este punto que, quizás, considere el riesgo más peligroso de todos y que lo mantendremos latente mientras sigamos con el río revuelto.

        Con el problema de Cataluña estamos hablando de nacionalismo y esa es la dificultad más grande. Decía De Gaulle:

        “Patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás es lo primero.”

        De eso hay que convencer a los nacionalistas. Ellos no se van a convencer por sí solos porque todo esto se mueve en el terreno de los sentimientos y en el caso que nos ocupa los sentimientos de los que hoy son secesionistas en Cataluña son sentimientos inoculados mediante la falsedad, el engaño a lo largo de cuarenta años: desde la desaparición del decente Tarradellas y la toma del poder del tan indecente Jordi Pujol. El “pujolismo” que ha venido después ha consistido en la máquina de corrupción más grande de España –incomparable con las del PSOE y PP, que no han sido pequeñas- y también en las invectivas continuas y persistentes hasta el hartazgo frente a un enemigo común inexistente (todos los nacionalismos se buscan un enemigo inexistente) llamado España en el que ya se ha venido ciscando (que es gerundio) todo el mundo con olor y sabor a patriota catalán y sólo por la horrorosa razón de que eso ha sido lo políticamente correcto para los que han tenido el poder en Cataluña ¡Qué unidas están siempre la ética y la estética!

        Orwel, que en 1945 publicó sus “Anotaciones sobre el nacionalismo” lo definía como el hábito de asumir que los seres humanos pueden ser clasificados como insectos y que grupos enteros de personas pueden ser clasificadas como buenas o malas; además, el nacionalismo es hábito, también, de identificarse uno mismo con una determinada nación u otra unidad, colocándola más allá del bien y del mal.

        Afirma rotundamente que hay que distinguirlo del patriotismo. Mientras el patriotismo es la devoción a un lugar en particular y a un particular estilo de vida, los cuales uno cree que son los mejores del mundo pero sin la menor intención de forzarlo a los demás. El patriotismo, además, es defensivo, tanto militar como culturalmente. En cambio, el nacionalismo es inseparable del deseo de poder. El propósito perdurable de todo nacionalista es el de asegurar más poder y prestigio, no para sí mismo sino para la nación u otra unidad, a la cual ha decidido someter su propia individualidad. El nacionalismo es hambre de poder alimentada por el autoengaño.


George Orwell


        Caracteriza al nacionalismo con los siguientes rasgos: 1) Obsesión: en términos generales, ningún nacionalista piensa, habla o escribe sobre otra cosa que la superioridad de su propia unidad; 2) Inestabilidad: La intensidad con que son sentidas no impide que las lealtades nacionalistas sean transferibles. De particular interés es la retransferencia. Un país u otra unidad que ha sido idolatrada por años puede repentinamente devenir odiada, y otro objeto de afecto puede tomar su lugar casi sin un intervalo. En Europa continental los movimientos fascistas reclutaban a sus seguidores en su mayoría de entre los comunistas. Lo que permanece constante en el nacionalista es su estado mental: el objeto de sus sentimientos puede cambiar, y hasta ser imaginario. 3) Desconexión con la realidad: Las acciones son tenidas como buenas o malas, no en atención a sus propios méritos, sino de acuerdo a quién las realiza, y prácticamente no hay clase alguna de barbarie –tortura, la toma de rehenes, trabajo forzado, deportaciones en masa, penas de cárcel (o ejecuciones) sin juicio previo, falsificación, asesinato, el bombardeo de poblaciones civiles- cuya calificación moral no cambie cuando es cometida por “nuestro” bando. En el pensamiento nacionalista hay hechos que pueden ser a la vez ciertos y falsos, conocidos y desconocidos. Un hecho conocido puede ser tan insoportable que habitualmente es descartado y no se le permite entrar en procesos lógicos. Todo nacionalista se obsesiona con alterar el pasado. Se pasa parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas ocurren como deberían y transferirá fragmentos de este mundo de fantasía a los libros de historia cada vez que pueda. Hechos importantes son suprimidos, fechas alteradas, citas removidas de sus contextos y manipuladas para cambiar su significado.

        Pues, bien; en relación con estas ensoñaciones en el tema catalán es necesario saber por todos que Cataluña jamás ha sido una nación, aunque Felipe IV cometiera el error de consentirlo de palabra cuando le vinieron tan mal dadas con motivo de los desórdenes de campesinos y segadores en contra de la mayor presencia de fuerzas militares durante la guerra franco-española del primer tercio del s. XVII. Los más entendidos entre los nacionalistas quieren señalar una Cataluña independiente en el siglo X, en tiempos del Conde de Barcelona, Borrell, II, cuyo mandato lo cifró en las buenas relaciones con el Califato de Córdoba (al sur) y con el Rey franco (al norte). Tras un período en que con el surgimiento de Almanzor, como caudillo musulmán empeñado en renacer las grandezas originales del Califato, pidió la protección militar del Rey franco, decidió renunciar después a ella tras el saqueo de Barcelona en 985 por las tropas de Almanzor y de ese modo –dicen- Cataluña logró su independencia. Semejante aseveración oscila entre la falacia y la necedad: ciertamente se hizo independiente del Rey franco, pero continuó el Condado de Barcelona como otros condados y reinos en territorio español. Castilla en el mismo siglo X era un Condado, Fernán González fue el Conde más significativo, y lo que después fue la Corona de Castilla se forja a partir de un siglo después. Cataluña se integra en la Corona de Aragón en el siglo XII y a partir de ese momento va formando la nación española con todos los reinos cuyos símbolos estaban recogidos en el escudo de los Reyes Católicos, siglo XV, finales al tiempo de conquistar Granada.

        A mayor abundamiento, teniendo en cuenta que la formación de la nación española se fue haciendo a base de la Reconquista del territorio peninsular invadido por el Islam a comienzos del s. VIII, es de notar que en la dos batallas más importantes en el asalto a Andalucía de finales del XII y XIII –Alarcos y Las Navas-, que marcan el comienzo del fin de la Reconquista, las crónicas cuentan la presencia significativa de los catalanes entre los ejércitos cristianos liderados por Alfonso, VIII de Castilla, Pedro, II de Aragón, Sancho, VII de Navarra y Alfonso, II de Portugal.

        Si España la entendemos como una de las naciones más antiguas de Europa, constituida hace quinientos años, al final de la Reconquista, no es fácil (salvo con intenciones muy malas) hablar de una nación catalana cuyo territorio constituyó al comienzo la Marca Hispánica del Imperio Carolingio, después una serie de Condados hasta la integración en la Corona de Aragón y –por consiguiente- una parte destacada de España hasta nuestros días.

        Yo no he vivido, como es natural, las cuatro primeras crisis de secesionismo catalán, pero sí he vivido esta última y he contemplado muchos errores de los gobiernos centrales (y demás instituciones del Estado) en los últimos cuarenta años. Es imprescindible conocerlos y tener la determinación de no repetirlos en el futuro. Incluso de enmendar cuanto antes las equivocaciones.

        El primero fue de los constituyentes del 78 al distinguir entre NACIONALIDADES Y REGIONES en el art. 2 de la constitución. De ese modo no todas las comunidades autónomas eran iguales ante la ley y, además, se generaba confusión sobre el término NACIONALIDAD ¿Es equivalente a nación, en cuyo caso España sería una nación de naciones? ¿No lo es? Los padres de la constitución, empezando por Fraga, consideran que son sinónimos nación y nacionalidad. Sin embargo, el T.C. en resoluciones posteriores ha expresado con claridad que no, que no son sinónimos y que la única nación de la que puede hablarse es de la nación española.

        El segundo –tras las elecciones del 77– pudo ser la restauración de la Generalitat en la figura de su presidente, Josep Tarradellas, que había sido elegido en 1954 para el cargo por los miembros del parlamento de Cataluña (sobrevivientes y exiliados) en la embajada del Gobierno republicano en el exilio en México. Fue el único momento de la transición en el que se aceptó la legalidad republicana anterior al alzamiento militar del 18 de julio. Y con aquella decisión, Adolfo Suárez y las Cortes recién electas aceptaron que la autonomía de Cataluña era un derecho previo a la Constitución del 78 que por aquel entonces sólo se empezaba a redactar.        Con razón (ninguna más arguyen con verdad los separatistas) dicen hoy que la Generalidad de Cataluña es anterior a la Constitución española.


Tarradellas, President de 1977 a 1980
con Adolfo Suárez

        Con aquello, Suarez consiguió que una amplia mayoría de catalanes votaran la Constitución del 78 e incluso obtuvo un rédito a corto plazo para su partido: en las primeras elecciones generales, 1979, UCD, que iba en la coalición CENTRISTAS DE CATALUÑA, obtuvo un 19 % de los votos, quedando segunda inmediatamente después del PSC.
       
        Tales réditos fueron efímeros, toda vez que en las catalanas del 80 y en las legislativas del 82 Pujol sacó más de un 22 % de los votos, por encima de la suma del centro-derecha español de entonces (AP, UCD y CDS) Y desde entonces la posición dominante del pujolismo frente a las sucursales sucesivas de AP y luego del PP se ha ido ampliando.

        Con Pujol o sin Pujol, lo que ha habido en Cataluña desde entonces ha sido puro pujolismo, quizá con la salvedad del mandato de Maragall. Y el pujolismo ha consistido en corrupción, nacionalismo, separatismo hasta la proclamación de la república catalana de hace días.

Pujol (1980-2003)


Maragall (2003-2006)

Montilla (2006-2010)

Mas (2010-2016)

Puigdemont (2016-2017)


        Pero a ello no es fácil llegar con un estado fuerte. Y debemos reconocer que no hemos sido un estado fuerte. Más bien acomplejado.

        Por un puñado de votos para gobernar, por otro puñado de votos para sacar adelante presupuestos, los gobiernos centrales, de izquierda, derecha o centro (ha dado lo mismo) se han ido plegando a transferir competencias en la medida que les iba conviniendo en el mercadeo de los votos y hay que tener bien claro que existen competencias que son intrasmisibles a las autonomías. Así como no se puede transferir la administración militar, tampoco puede trasmitirse la administración sanitaria o la administración de educación. Con la de la sanidad se promueve la falta de igualdad entre los españoles y la lucha entre administraciones en casos de atención concreta, lo cual es inadmisible. Delegando las competencias en educación sin control se permite la invención de la historia, el odio a España como el enemigo inventado por el nacionalismo que se trasmite a las nuevas generaciones de manera oral y escrita y en suma la deseducación durante décadas de una buena parte de españoles, irrecuperables –seguramente- para la marca España.

        Por último, un apunte jurídico. Entre las mamarrachadas que se escuchan y se leen estos días, muchas de ellas completamente cómicas si no fuera por la tragedia que todo este conflicto conlleva, se cuentan las siguientes: (de los independentistas) la opresión del Estado se demuestra una vez más con la imputación de delitos al Govern y a La mesa con penas como si se tratara de terroristas; (de catalanes constitucionalistas que están viviendo incómodos) yo reconozco que lo han hecho mal pero tampoco hay que pasarse.

        A todo ello y con carácter general digo: “dura lex sed lex” y el Derecho está para ser respetado, fuera de la Ley sólo está la jungla y estos personajes (personajillos, diría, porque son para sonrojarse) conocían muy bien en la que se metíanm, los Letrados del parlament se fueron a la vista de las fechorías perpetradas, poco les importó; y no les importó entrar en una dinámica delictiva contra los preceptos del Código Penal con los tipos más graves del Ordenamiento. Celebro (y bien sabe Dios que no deseo mal a nadie) que el Derecho se vaya aplicando. Antes se debería haber aplicado en temas menores que éste pero que llevan a éste, la ley de banderas, por ejemplo ¿Cuántos años hace que salen el President, los Consellers, la sesiones del Parlament con la bandera cuatribarrada en solitario? ¿Y la bandera de España que debe estar siempre legalmente junto a ella? Se miró para otro lado y de aquellos polvos vinieron estos lodos.

        Que se cumpla el Derecho, que se actualice, que se adapte a las circunstancias. Sin Derecho dejamos de ser sociedad civilizada de seres humanos.

        Y decía que en todo maremágnum nacional hoy en día hay que tener muy en cuenta la presencia de los grupos antisistema, como Podemos, la CUP y otros, cuyo fin es la demolición de todo lo que vean construido y en aras de ese objetivo oscilarán apoyando a unos o a otros sin más objetivo que la destrucción de España.

        Dejo esta imagen final con las tres banderas: la de España, la de Cataluña y la de la Unión con el deseo de de una Cataluña fuerte que continúe haciendo fuerte a España dentro de una Unión Europea, importante actor –cada vez más- en el escenario mundial.



Todos los españoles de buena voluntad, catalanes y no catalanes, tenemos nuestra esperanza puesta en que sea así.









E.L./05.11.2017