martes, 5 de diciembre de 2017

La Libertad

La Libertad da la bienvenida a los llegados al puerto de
Nueva York

         Cuenta Solhenytshin en “El archipiélago Gulag” que cuando entraban sus carceleros en la cheka las veces que entraban cada día no podían soportar que, a pesar de estar encerrado bajo siete llaves y en las condiciones que conocemos, lo sentían igual de libre que si estuviera paseando por la calle.

         Y es que la libertad es una actitud interior de la persona, una actitud exclusiva de la persona y que cuando se advierte su presencia por los científicos y se cae en la cuenta de su naturaleza en la acción del ser humano consigue hasta poner en tela de juicio la teoría de la evolución. Y digo esto porque las pautas vegetativas y los instintos son programas, las rosas, las panteras y el chimpancé están programados. Los seres humanos estamos programados también, pero en una medida diferente: nuestra estructura biológica responde a programas estrictos, pero no así nuestra capacidad simbólica (de la que dependen nuestras acciones) Eso significa y comporta que la consistencia del hombre lleva aparejada una innovación decisiva respecto a la presunta cadena evolutiva: que el hombre no son las diferencias genéticas con la lagartija y nada más.

         La diferencia entre los seres vivos totalmente programados y los seres humanos sólo programados en parte puede parecer cuantitativamente mínima pero constituye un salto cualitativo radical. Si consideramos que el parecido genético del hombre con el chimpancé es del 95 % y que es igual de parecido que el cerdo y el gusano la conclusión más evidente debe ser que la dotación genética no es lo más decisivo en la condición humana. El ser humano cuenta con una programación básica –biológica- en cuanto ser vivo pero debe autoprogramarse como humano. Y en este entramado emerge la libertad humana.

         De la libertad dice Cervantes en la segunda parte de El Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida.” Así valora Cervantes la libertad y es que es un atributo imprescindible de la persona, inseparable de ella, de forma que la persona, sin libertad, deja de ser persona. En el mismo sentido, un viejo himno sueco del s. XV compuesto por el obispo Thomas Simonsson durante una campaña de liberación campesina proclama: “La libertad es la mejor cosa que puede buscarse en el mundo”

         Ciertamente que el concepto de libertad es importante, demasiado importante para que permitamos que un oportunismo político lo maneje como le parezca. Los himnos patrióticos y las proclamas de los llamados movimientos de liberación, para los que la libertad es un fin, hunden sus raíces en una retórica idealizadora y demagógica. El problema es que nunca o muy rara vez alcanzan su fin, ya que los medios aplicados para ello convierten a sus propulsores en dictadores y opresores. Hay que ser escéptico frente todo aquel que logra hacerse con el poder diciendo que ve a la libertad como una meta y no como un camino y un método.

         Pero volviendo al ser del hombre, a la pregunta sobre el origen se dan dos respuestas: la una, que es una criatura de Dios hecha a su imagen y semejanza; la segunda que proviene del animal. Estas dos respuestas tienen un punto en común: que el hombre no puede ser comprendido desde sí mismo. Pensando en el hombre desde sí mismo, A. Gehlen dice que el hombre se caracteriza por ser un ser práxico, es decir, un ser que actúa. Y ese actuar del hombre no es la mera actividad común a todos los seres vivos. Es algo más que alimentarse y reproducirse, buscar refugio o construir madrigueras, cazar o moverse en busca del calor del sol o de aguas templadas. Actuar no es sólo ponerse en movimiento para satisfacer un instinto, sino llevar a cabo un proyecto que trasciende lo instintivo hasta volverlo irreconocible o suplir su carencia. El ser activo no sólo obra a causa de la realidad sino que activa la realidad misma, la pone en marcha de un modo que sin él nunca hubiera llegado a ocurrir. Es en este sentido en el que Gehlen proclama que “el hombre no vive, sino que dirige su vida.”

         ¿Qué es la libertad? ¿En qué consiste la libertad? ¿Hay que luchar por la libertad, por conseguirla, por recuperarla? Estas son las primeras preguntas que surgen, pero en seguida se entrecruzan, se enredan con otras como ocurre siempre que se tratan cuestiones filosóficas.

         ¿Existe de veras la libertad? ¿Es algo que tengo antes de saberlo, algo que sólo adquiero al saber que lo tengo o algo que para tenerlo debo renunciar a saber con precisión qué es? ¿Soy capaz de libertad o soy libertad y por ello capaz de ser humano?

         De este asunto voy a tratar en estas líneas expresando, como siempre hago en estas notas, las convicciones que he ido haciendo a lo largo de mi vida, no corta. Y advirtiendo de antemano, como señala Fernando Savater, “sin respuestas concluyentes, concluyo por intentar responder.”

          Nietzsche advirtió en su momento que solamente los términos al margen de la historia, en la medida en que tal cosa sea posible, admiten una definición mínimamente convincente. Por consiguiente podemos definir bien  lo que es la temperatura del agua, pero no lo que es la libertad, un término cuajado de historia y zaherido por la historia.

         El término ha sido empleado para designar la condición social de quienes no padecían esclavitud o de los ciudadanos de las polis no sometidas al arbitrio de otras, así como para nombrar la capacidad del alma de rebelarse o acatar la Ley de Dios, para celebrar la ausencia de coacciones del sujeto agente, para señalar derechos políticos o económicos, para ensalzar la creatividad del artista y para distinguir a determinadas naciones del mundo sometidas al capitalismo de los particulares de otras que sufren el capitalismo del Estado, etc., etc.,

         El concepto de libertad desencadenó un movimiento político que se extendió a todo el mundo a partir de la Revolución Francesa. Liberalismo significa precisamente defensa de la libertad. ¿Y quién no quiere ser libre? Se trata de hacer creer a los humanos que hay un estado o circunstancia en que todos pueden hacer lo que quieran (si hablamos desde una concepción rigurosa del ser humano, mejor que decir que todos puedan hacer lo que quieran es preferible decir que todos puedan hacer lo que creen que deben hacer) Por supuesto, sin atentar contra la libertad del otro: hay, según los liberales, una actitud ética hacia el prójimo que también hay que respetar libremente. Decía Erich Fromm, que “libertad no significa licencia.” Por otra parte ¿a qué político se le ocurriría decir, ni siquiera pensar, que no debe tolerarse la libertad? Luego la afirmación de la libertad no promete nada. Cuando la libertad se convierte en un slogan se corrompe el propio concepto. Si nos fijamos en nuestro espectro político ¿quién no promete libertad? Y prometiéndola todos ¿es la misma libertad la que ofrece cada uno? PSOE, PP, Ciudadanos, Los nacionalistas, Podemos, La Cup, Vox….dejo a cada lector que conteste de forma sólita.

         Si hemos de hablar con sentido de una supuesta libertad humana, de una libertad realmente posible o existente, entonces podemos constatar que tanto monta hablar de libertad como hablar de necesidad u obligación. Que los humanos gocen de libertad de acción no significa en absoluto que tengan posibilidad –ni todos juntos ni cada uno por sí- de hacer lo que les venga en gana. La libertad nunca consiste en hacer lo que uno quiera, lo decíamos unas líneas más arriba, sino en hacer lo que uno crea que debe hacer lo mejor que pueda hacer en cada momento y existen ocasiones en que el discernimiento de lo mejor no es fácil. De ello trata esa disciplina tan bonita que se llama Ética o Moral. En cada situación concreta se ven los seres humanos obligados, dentro de unos límites establecidos, a decidir si han de hacer esto aquello, obrar de una manera o de otra. A esta circunstancia se la llama discernimiento ético, en la que el sujeto agente pretende asegurarse de cuál de las opciones posibles que se le brindan en la elección es la mejor de todas. La naturaleza se ve regida por leyes de las que el ser humano no puede sin más emanciparse. Pero gracias a nuestra capacidad de comprender el funcionamiento de las leyes naturales, nos cabe la posibilidad de provocar efectos materiales y resultados deseados, aumentando nuestras alternativas de elección. Si caemos en la cuenta de lo que estamos hablando advertimos que el hombre (y, por supuesto, la mujer) es el único ser capaz de modificar la realidad que los circunda. Un pájaro en la selva podrá guarecerse tras haber experimentado la primera tormenta, y eso hará indefectiblemente tormenta tras tormenta, pero el hombre será capaz de construir un refugio que le permita sobrellevar la siguiente de otra manera diferente.

         Junto a la visión del mundo de las ciencias positivas, frente a una realidad de procesos, leyes y situaciones previsibles, se alza un mundo humano que sólo tiene posibilidad de elegir dentro de los límites que le concede la realidad. Aún más: el ser humano se ve obligado inexorablemente –de ahí su paradoja- a usar de esa libertad, ya que no le queda otro remedio que elegir una alternativa de actuación entre las que van apareciendo en cada momento y en cada circunstancia de su propia existencia, abriendo caminos para el futuro a costa de cerrar otros para siempre. Cada uno y sólo cada uno tiene que decidir si se levanta por la mañana o si sigue durmiendo, si compra el periódico o no lo compra y cuál de ellos compra. Pero si no hay periódicos porque es el día de Navidad, de poco sirve que quiera comprarlo y esté dispuesto a elegir uno u otro. Esto que parece tan banal es algo que plácidamente olvidamos cuando hablamos de libertad. Y nuestro interior nos dice lo angustioso que nos resulta el estar obligados a elegir y decidir en ciertas situaciones de nuestra vida. El hecho de que a veces preferiríamos que el azar o alguien diferente de nosotros mismos decidiera en nuestro nombre, demuestra que la libertad no es exactamente “la mejor cosa que pueda darse en el mundo.” Una observación consciente nos muestra que la sociedad humana no está integrada precisamente por usuarios de la libertad, sino en gran medida por abstencionistas de ella. Cuanto más difícil y complicada es nuestra situación, tanto mayor es nuestro anhelo de que nos den las cosas hechas y lo que más queremos es librarnos justamente de la libertad. Libertad en el sentido de ser independiente, de verse libre de algo, es sin duda algo agradable. Pero el ser libre para algo, el ser responsable de elegir una alternativa de entre las que se nos ofrecen no es tan agradable. Ya escribió Fromm un extraordinario ensayo que en el título denuncia esta actitud. Se llama: “El miedo a la libertad”.

         En él llega a exponer el siguiente círculo vicioso: “El hombre, cuanto más gana en libertad, en el sentido de su emergencia de la primitiva unidad indistinta con los demás y la naturaleza, y cuanto más se transforma en individuo, tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador o bien de buscar alguna forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad de su yo individual.”

         Sin embargo, sabemos por experiencia que las soluciones fáciles no son las mejores. El actuar con libertad nos hace ser personas de verdad, responsables y esa conciencia es la que nos proporciona la felicidad de ser fieles a nosotros mismos.

         En todo caso, el esfuerzo, la repetición y la constancia sostenible permite que las actuaciones no fáciles nos vayan resultando de mayor facilidad a lo largo de la vida.


         ¡Sed libres! ¡Sed felices!

domingo, 5 de noviembre de 2017

Pensamientos, sensaciones, convicciones sobre lo que estamos viviendo en Cataluña


Las banderas de España y Cataluña
ondeando en lo alto de la Generalidad

         Con esta declaración de la república catalana de octubre de 2017 es la quinta vez que en España nos toca bailar con semejante cáncer. Las fechas de 1640 con motivo de la “guerra del segadors”, 1873, en la Primera República; 1931, proclamación de Maciá; 1934, proclamación de Companys y 2017, proclamación por el “parlament de Catalunya” no sólo vulnerando el derecho español sino las leyes propias catalanas que se había dado el propio parlament. La de 1640 fue la más grave de las cinco, ya que en ella España perdió el Rosellón y la Cerdaña No creo que haya demasiadas posibilidades de desafueros mayores en una comunidad política.

         Este sinvivir con el nacionalismo catalán a lo largo de la Historia de España es lo que llevó a Ortega a proclamar:

  “Es un problema perpetuo, que ha sido siempre, y seguirá siendo mientras España subsista. Este es el caso doloroso de Cataluña; es algo de lo que nadie es responsable; es el carácter mismo de ese pueblo; es su terrible destino, que arrastra angustioso a lo largo de toda su historia”.

        No debemos abandonar el asunto, como Ortega, sosteniendo que “es el carácter mismo de ese pueblo” y que por ello mismo el problema no tiene solución. Todos los problemas entre personas tienen solución, pero hay que ponerse a ello con decisión y con la voluntad de todas las partes de acabar con los conflictos.

        Para empezar, todos deben saber de lo que se está hablando. De otro modo, seguiremos en la ceremonia de la confusión cuando no de la mentira, de la falsificación de la historia y de la imposición energuménica de los deseos para hacerlos realidad por encima de todo y por encima de todos. Llegados a este punto se acaba con el Derecho y fuera del Derecho cualquier sociedad se convierte en la jungla. Y convertir España en la jungla hoy es más peligroso que ha sido nunca porque hay movimientos anti-sistema organizados para demoler todo lo bueno que la Historia ha ido levantando a base de esfuerzo, coraje y renuncias de nuestros antepasados. Volveré más adelante sobre este punto que, quizás, considere el riesgo más peligroso de todos y que lo mantendremos latente mientras sigamos con el río revuelto.

        Con el problema de Cataluña estamos hablando de nacionalismo y esa es la dificultad más grande. Decía De Gaulle:

        “Patriotismo es cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero; nacionalismo, cuando el odio por los demás es lo primero.”

        De eso hay que convencer a los nacionalistas. Ellos no se van a convencer por sí solos porque todo esto se mueve en el terreno de los sentimientos y en el caso que nos ocupa los sentimientos de los que hoy son secesionistas en Cataluña son sentimientos inoculados mediante la falsedad, el engaño a lo largo de cuarenta años: desde la desaparición del decente Tarradellas y la toma del poder del tan indecente Jordi Pujol. El “pujolismo” que ha venido después ha consistido en la máquina de corrupción más grande de España –incomparable con las del PSOE y PP, que no han sido pequeñas- y también en las invectivas continuas y persistentes hasta el hartazgo frente a un enemigo común inexistente (todos los nacionalismos se buscan un enemigo inexistente) llamado España en el que ya se ha venido ciscando (que es gerundio) todo el mundo con olor y sabor a patriota catalán y sólo por la horrorosa razón de que eso ha sido lo políticamente correcto para los que han tenido el poder en Cataluña ¡Qué unidas están siempre la ética y la estética!

        Orwel, que en 1945 publicó sus “Anotaciones sobre el nacionalismo” lo definía como el hábito de asumir que los seres humanos pueden ser clasificados como insectos y que grupos enteros de personas pueden ser clasificadas como buenas o malas; además, el nacionalismo es hábito, también, de identificarse uno mismo con una determinada nación u otra unidad, colocándola más allá del bien y del mal.

        Afirma rotundamente que hay que distinguirlo del patriotismo. Mientras el patriotismo es la devoción a un lugar en particular y a un particular estilo de vida, los cuales uno cree que son los mejores del mundo pero sin la menor intención de forzarlo a los demás. El patriotismo, además, es defensivo, tanto militar como culturalmente. En cambio, el nacionalismo es inseparable del deseo de poder. El propósito perdurable de todo nacionalista es el de asegurar más poder y prestigio, no para sí mismo sino para la nación u otra unidad, a la cual ha decidido someter su propia individualidad. El nacionalismo es hambre de poder alimentada por el autoengaño.


George Orwell


        Caracteriza al nacionalismo con los siguientes rasgos: 1) Obsesión: en términos generales, ningún nacionalista piensa, habla o escribe sobre otra cosa que la superioridad de su propia unidad; 2) Inestabilidad: La intensidad con que son sentidas no impide que las lealtades nacionalistas sean transferibles. De particular interés es la retransferencia. Un país u otra unidad que ha sido idolatrada por años puede repentinamente devenir odiada, y otro objeto de afecto puede tomar su lugar casi sin un intervalo. En Europa continental los movimientos fascistas reclutaban a sus seguidores en su mayoría de entre los comunistas. Lo que permanece constante en el nacionalista es su estado mental: el objeto de sus sentimientos puede cambiar, y hasta ser imaginario. 3) Desconexión con la realidad: Las acciones son tenidas como buenas o malas, no en atención a sus propios méritos, sino de acuerdo a quién las realiza, y prácticamente no hay clase alguna de barbarie –tortura, la toma de rehenes, trabajo forzado, deportaciones en masa, penas de cárcel (o ejecuciones) sin juicio previo, falsificación, asesinato, el bombardeo de poblaciones civiles- cuya calificación moral no cambie cuando es cometida por “nuestro” bando. En el pensamiento nacionalista hay hechos que pueden ser a la vez ciertos y falsos, conocidos y desconocidos. Un hecho conocido puede ser tan insoportable que habitualmente es descartado y no se le permite entrar en procesos lógicos. Todo nacionalista se obsesiona con alterar el pasado. Se pasa parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas ocurren como deberían y transferirá fragmentos de este mundo de fantasía a los libros de historia cada vez que pueda. Hechos importantes son suprimidos, fechas alteradas, citas removidas de sus contextos y manipuladas para cambiar su significado.

        Pues, bien; en relación con estas ensoñaciones en el tema catalán es necesario saber por todos que Cataluña jamás ha sido una nación, aunque Felipe IV cometiera el error de consentirlo de palabra cuando le vinieron tan mal dadas con motivo de los desórdenes de campesinos y segadores en contra de la mayor presencia de fuerzas militares durante la guerra franco-española del primer tercio del s. XVII. Los más entendidos entre los nacionalistas quieren señalar una Cataluña independiente en el siglo X, en tiempos del Conde de Barcelona, Borrell, II, cuyo mandato lo cifró en las buenas relaciones con el Califato de Córdoba (al sur) y con el Rey franco (al norte). Tras un período en que con el surgimiento de Almanzor, como caudillo musulmán empeñado en renacer las grandezas originales del Califato, pidió la protección militar del Rey franco, decidió renunciar después a ella tras el saqueo de Barcelona en 985 por las tropas de Almanzor y de ese modo –dicen- Cataluña logró su independencia. Semejante aseveración oscila entre la falacia y la necedad: ciertamente se hizo independiente del Rey franco, pero continuó el Condado de Barcelona como otros condados y reinos en territorio español. Castilla en el mismo siglo X era un Condado, Fernán González fue el Conde más significativo, y lo que después fue la Corona de Castilla se forja a partir de un siglo después. Cataluña se integra en la Corona de Aragón en el siglo XII y a partir de ese momento va formando la nación española con todos los reinos cuyos símbolos estaban recogidos en el escudo de los Reyes Católicos, siglo XV, finales al tiempo de conquistar Granada.

        A mayor abundamiento, teniendo en cuenta que la formación de la nación española se fue haciendo a base de la Reconquista del territorio peninsular invadido por el Islam a comienzos del s. VIII, es de notar que en la dos batallas más importantes en el asalto a Andalucía de finales del XII y XIII –Alarcos y Las Navas-, que marcan el comienzo del fin de la Reconquista, las crónicas cuentan la presencia significativa de los catalanes entre los ejércitos cristianos liderados por Alfonso, VIII de Castilla, Pedro, II de Aragón, Sancho, VII de Navarra y Alfonso, II de Portugal.

        Si España la entendemos como una de las naciones más antiguas de Europa, constituida hace quinientos años, al final de la Reconquista, no es fácil (salvo con intenciones muy malas) hablar de una nación catalana cuyo territorio constituyó al comienzo la Marca Hispánica del Imperio Carolingio, después una serie de Condados hasta la integración en la Corona de Aragón y –por consiguiente- una parte destacada de España hasta nuestros días.

        Yo no he vivido, como es natural, las cuatro primeras crisis de secesionismo catalán, pero sí he vivido esta última y he contemplado muchos errores de los gobiernos centrales (y demás instituciones del Estado) en los últimos cuarenta años. Es imprescindible conocerlos y tener la determinación de no repetirlos en el futuro. Incluso de enmendar cuanto antes las equivocaciones.

        El primero fue de los constituyentes del 78 al distinguir entre NACIONALIDADES Y REGIONES en el art. 2 de la constitución. De ese modo no todas las comunidades autónomas eran iguales ante la ley y, además, se generaba confusión sobre el término NACIONALIDAD ¿Es equivalente a nación, en cuyo caso España sería una nación de naciones? ¿No lo es? Los padres de la constitución, empezando por Fraga, consideran que son sinónimos nación y nacionalidad. Sin embargo, el T.C. en resoluciones posteriores ha expresado con claridad que no, que no son sinónimos y que la única nación de la que puede hablarse es de la nación española.

        El segundo –tras las elecciones del 77– pudo ser la restauración de la Generalitat en la figura de su presidente, Josep Tarradellas, que había sido elegido en 1954 para el cargo por los miembros del parlamento de Cataluña (sobrevivientes y exiliados) en la embajada del Gobierno republicano en el exilio en México. Fue el único momento de la transición en el que se aceptó la legalidad republicana anterior al alzamiento militar del 18 de julio. Y con aquella decisión, Adolfo Suárez y las Cortes recién electas aceptaron que la autonomía de Cataluña era un derecho previo a la Constitución del 78 que por aquel entonces sólo se empezaba a redactar.        Con razón (ninguna más arguyen con verdad los separatistas) dicen hoy que la Generalidad de Cataluña es anterior a la Constitución española.


Tarradellas, President de 1977 a 1980
con Adolfo Suárez

        Con aquello, Suarez consiguió que una amplia mayoría de catalanes votaran la Constitución del 78 e incluso obtuvo un rédito a corto plazo para su partido: en las primeras elecciones generales, 1979, UCD, que iba en la coalición CENTRISTAS DE CATALUÑA, obtuvo un 19 % de los votos, quedando segunda inmediatamente después del PSC.
       
        Tales réditos fueron efímeros, toda vez que en las catalanas del 80 y en las legislativas del 82 Pujol sacó más de un 22 % de los votos, por encima de la suma del centro-derecha español de entonces (AP, UCD y CDS) Y desde entonces la posición dominante del pujolismo frente a las sucursales sucesivas de AP y luego del PP se ha ido ampliando.

        Con Pujol o sin Pujol, lo que ha habido en Cataluña desde entonces ha sido puro pujolismo, quizá con la salvedad del mandato de Maragall. Y el pujolismo ha consistido en corrupción, nacionalismo, separatismo hasta la proclamación de la república catalana de hace días.

Pujol (1980-2003)


Maragall (2003-2006)

Montilla (2006-2010)

Mas (2010-2016)

Puigdemont (2016-2017)


        Pero a ello no es fácil llegar con un estado fuerte. Y debemos reconocer que no hemos sido un estado fuerte. Más bien acomplejado.

        Por un puñado de votos para gobernar, por otro puñado de votos para sacar adelante presupuestos, los gobiernos centrales, de izquierda, derecha o centro (ha dado lo mismo) se han ido plegando a transferir competencias en la medida que les iba conviniendo en el mercadeo de los votos y hay que tener bien claro que existen competencias que son intrasmisibles a las autonomías. Así como no se puede transferir la administración militar, tampoco puede trasmitirse la administración sanitaria o la administración de educación. Con la de la sanidad se promueve la falta de igualdad entre los españoles y la lucha entre administraciones en casos de atención concreta, lo cual es inadmisible. Delegando las competencias en educación sin control se permite la invención de la historia, el odio a España como el enemigo inventado por el nacionalismo que se trasmite a las nuevas generaciones de manera oral y escrita y en suma la deseducación durante décadas de una buena parte de españoles, irrecuperables –seguramente- para la marca España.

        Por último, un apunte jurídico. Entre las mamarrachadas que se escuchan y se leen estos días, muchas de ellas completamente cómicas si no fuera por la tragedia que todo este conflicto conlleva, se cuentan las siguientes: (de los independentistas) la opresión del Estado se demuestra una vez más con la imputación de delitos al Govern y a La mesa con penas como si se tratara de terroristas; (de catalanes constitucionalistas que están viviendo incómodos) yo reconozco que lo han hecho mal pero tampoco hay que pasarse.

        A todo ello y con carácter general digo: “dura lex sed lex” y el Derecho está para ser respetado, fuera de la Ley sólo está la jungla y estos personajes (personajillos, diría, porque son para sonrojarse) conocían muy bien en la que se metíanm, los Letrados del parlament se fueron a la vista de las fechorías perpetradas, poco les importó; y no les importó entrar en una dinámica delictiva contra los preceptos del Código Penal con los tipos más graves del Ordenamiento. Celebro (y bien sabe Dios que no deseo mal a nadie) que el Derecho se vaya aplicando. Antes se debería haber aplicado en temas menores que éste pero que llevan a éste, la ley de banderas, por ejemplo ¿Cuántos años hace que salen el President, los Consellers, la sesiones del Parlament con la bandera cuatribarrada en solitario? ¿Y la bandera de España que debe estar siempre legalmente junto a ella? Se miró para otro lado y de aquellos polvos vinieron estos lodos.

        Que se cumpla el Derecho, que se actualice, que se adapte a las circunstancias. Sin Derecho dejamos de ser sociedad civilizada de seres humanos.

        Y decía que en todo maremágnum nacional hoy en día hay que tener muy en cuenta la presencia de los grupos antisistema, como Podemos, la CUP y otros, cuyo fin es la demolición de todo lo que vean construido y en aras de ese objetivo oscilarán apoyando a unos o a otros sin más objetivo que la destrucción de España.

        Dejo esta imagen final con las tres banderas: la de España, la de Cataluña y la de la Unión con el deseo de de una Cataluña fuerte que continúe haciendo fuerte a España dentro de una Unión Europea, importante actor –cada vez más- en el escenario mundial.



Todos los españoles de buena voluntad, catalanes y no catalanes, tenemos nuestra esperanza puesta en que sea así.









E.L./05.11.2017

jueves, 19 de octubre de 2017

La Autenticidad, signo de la felicidad humana


 
Despojándose de una máscara


         Hace poco menos de un mes dejé escritas en este mismo blog mis convicciones sobre la felicidad: en qué consiste, si se la puede considerar camino además de meta y cuál es la opinión de reconocidos pensadores que han trabajado sobre ella.

         Dejé bien claro que entre las dos corrientes de pensamiento que han definido la felicidad en Occidente, desde nuestros días hasta Sócrates incluido, yo tomaba partido y partido en serio por aquella que contempla la felicidad como la actitud constante de ser fiel a uno mismo y a su propia vocación.

         Pues bien, esto comporta unas consecuencias, de entre las cuales la Autenticidad palpable en un hombre o una mujer destaca como condición necesaria de la felicidad o como señal inequívoca de ella.

         Autenticidad es la calidad de lo auténtico; esto es: de lo acreditado como cierto y verdadero por los caracteres o requisitos que en ello concurren. Podemos decir, por ejemplo, que es un goya auténtico o que tal gema se trata de una esmeralda auténtica. Si lo trasladamos a lo humano, en una primera aproximación, recomendar a alguien sé tú mismo es una invitación a la Autenticidad. Y ese sé tú mismo no se refiere a la indumentaria, al porte externo, que también. Se refiere a la persona toda y por lo tanto a todo lo que guarda en su interior. Una persona auténtica hace lo que los demás esperan de ella. La Autenticidad es ser realmente uno mismo y del todo en cada situación, no es Autenticidad si brota de un automatismo, es decir que se trata de algo adquirido, algo extraño a uno mismo, aunque esté incorporado a uno mismo de una manera voluntaria, esforzada y consecuente.

         Ni siquiera la sinceridad es lo mismo que la autenticidad. Sinceridad significa que una persona, al expresarse, no engaña, que habla de acuerdo con lo que siente, con lo que ve. Pero esto no basta para que la persona sea auténtica. La Autenticidad en palabras de Julián Marías es el vivir del hombre desde sí mismo.

         La autenticidad es una respuesta inmediata, directa, inteligente, sencilla, ante cada situación. Es una respuesta que se produce instantáneamente desde lo más profundo del ser, una respuesta que es completa en sí misma, y que, por lo tanto, no deja residuo, no deja energía por solucionar, no deja emociones o aspectos por resolver. Es algo que, por el hecho de ser acción total, una acción en que la persona lo expresa y lo da todo, liquida la situación en el mismo instante y genera confianza.

         La autenticidad es lo más sencillo que hay, porque es lo que surge después de que se ha eliminado lo complejo, lo compuesto, lo adquirido.

         La Autenticidad es inherente al proceso de desarrollo y al llegar a ser auténtico llegas a ser la persona para la que fuiste creado. Me interesa remarcar en este punto que una de las características propias de la persona es que es un ser viniente, no está nunca acabada y eso le permite unas posibilidades inusitadas. De las que carece cualquiera de las especies animales, y que permite al hombre y a la mujer poder rectificar, pedir perdón, tomar nuevas trayectorias. Estoy persuadido de que la persona vive en una paradoja (vive en muchas) por la que se siente inmensamente pequeña, pero al mismo tiempo llamada a la infinitud. Creo que esto anda en los alrededores de lo que estamos tratando.

         Autenticidad significa vivir conscientemente con una marca propia sobre lo que hacemos. Una persona Auténtica no teme lo que pueda llegar a su vida, no teme los resultados porque conoce y confía en lo que hace. Cuando eres auténtico dejas de hacer lo que todos hacen, dejas de caminar regido por paradigmas y aplicas más bien la conciencia a tu vida.

         La Autenticidad es ser y estar en el centro, por lo tanto en el punto óptimo para encaminarse en cualquier dirección, al mismo tiempo, una experiencia constante de satisfacción, de gozo, de felicidad, porque se está viviendo ese contenido profundo, ese contenido de plenitud.

         La Autenticidad, que es inherente al proceso de desarrollo de la persona, se produce en el momento en que su estado de madurez le ha permitido sentir y ser consciente de su felicidad, para lo cual la Autenticidad probada es un ingrediente más de aquella.

         Seamos felices y, por ello, seamos auténticos.










E.L./19.10.2017

miércoles, 27 de septiembre de 2017

La consistencia de la Felicidad. Camino y meta a un tiempo, necesarios y obligatorios

 
"Entra para crecer en sabiduría"
En el frontispicio de acceso a la Universidad de Harvard (Cambridge, MA)
  
         La sabiduría es un carácter que se desarrolla con la aplicación de la inteligencia en la experiencia  propia, obteniendo conclusiones que nos dan un mayor entendimiento, que a su vez nos capacitan para reflexionar, sacando conclusiones que nos dan discernimiento de la verdad, lo bueno y lo malo.

         A todo esto llamado sabiduría, que consiste en optimizar mi propia vida, le toca entender de la felicidad.

         Hace algo más de doce años me enamoré intensamente de una mujer andaluza que correspondió a mi amor con su amor intenso, también. Salíamos los dos de nuestros procesos respectivos de separación matrimonial y destrucción de la familia, episodios más numerosos cada vez, y ambos ocupamos en ellos la posición de “repudiados”. Si su papel hubiera sido de “repudiante” no me hubiera yo enriquecido tanto con la trasmisión de sus experiencias. El proceso contencioso matrimonial de ella llevaba alguna antelación al mío por lo que sus vivencias y enseñanzas fueron muy beneficiosas para mí que no entendía, que no me explicaba, que no soportaba la traición, el odio que me manifestaba con horror a diario la madre de mis hijos.

         Nunca como con aquella me he sentido tan identificado con una mujer: hacedora de un inmenso bienestar para mí, sujeto permanente de mi atención y de mis sueños, parte de mi proyecto personal, percibiendo mi crecimiento personal junto a ella, convencido –en fin- de que encarnaba la prolongación femenina de mí mismo.

         Pero aquello, para desgracia nuestra, no fuimos capaces de sostenerlo, abandonamos el camino en común y me quedé desolado con la ruptura. Tenía en casa un par de libros sobre la felicidad y me hice con otros dos o tres para dedicar aquel verano de 2005 a estudiar qué había dicho el pensamiento occidental sobre la felicidad, desde Sócrates hasta hoy. Y es que yo quería entonces y quiero hoy ser feliz. Necesitaba buscar donde estaba el camino.

         La felicidad es un concepto singular: todo el mundo habla de ella sin saber a lo que se refiere; todo el mundo la desea pero nadie la busca por las vías en que puede encontrarse, se imputa a terceros la infelicidad propia cuando la felicidad es un asunto rigurosamente personal en el que nadie interviene. Recuerdo yo en funerales de la Castilla profunda en los años 60 del pasado siglo expresiones laudatorias hacia Antonio el difunto, como las siguientes: ¡Qué feliz hizo el Antonio a la Pili! La Pili, que fue feliz, lo fue por sí misma y sin mediación de nadie, ni siquiera de su Antonio. Otro asunto es que Antonio en su inmenso amor hacia ella incrementara mientras vivió la intensidad de la felicidad de la que Pili gozaba porque así se lo había propuesto. Por ser un asunto rigurosamente personal cada hombre y cada mujer han de plantearse lo que es para él/ella la felicidad. Hay muchos otros nombres para designar la felicidad: dicha, suerte, ventura, fortuna, beatitud, bienaventuranza. Hay en ellos una significación común pero existen matices entre ellos que sitúan a cada uno en una de las dos corrientes del pensamiento sobre la felicidad humana que ahora desvelaré.

         Otra de las características de la felicidad es que corresponde al orden del ser y no al orden del estar. Hay personas a las que se les escucha decir “estoy feliz”; éstas suelen confundir el ser feliz con estar a gusto que son cuestiones muy diversas como expondré a continuación.


         

Existen dos corrientes en la historia del pensamiento que definen la consistencia de la felicidad. La primera hace coincidir el término felicidad con el sumatorio de momentos felicitarios a lo largo de un período de tiempo, de una vida entera. Los momentos felicitarios sólo pueden ser aquellos en que la persona se sienta a gusto, disfrute del placer o sienta plenitud.

         A mí esta definición no me gusta. Me parece que confunde “ser feliz” con “estar a gusto”; lo que decía antes de los que afirman “estoy feliz”. Y esto me parece un error, no un error de grado sino de naturaleza, que es de mayor gravedad. Yo tuve hace diez años la inmensa fortuna de vivir en mí mismo la experiencia que me permitió poder detectar la diferencia entre ser feliz y estar a gusto: estaba padeciendo el doloroso tratamiento de una enfermedad tumoral (que evolucionó favorablemente hacia la curación, por cierto) y durante varios meses, casi un año, estuve obligado a vivir muy a disgusto, con pérdida de entre un veinte y un treinta por ciento de mi peso, dolores, incomodidades, mucho trajín de hospitales, cirugía, quimioterapia, radioterapia. Ya se sabe más o menos lo que supone eso, todos tenemos experiencias más bien próximas. Pues bien, durante todo ese tiempo en que no tuve más remedio que vivir tan a disgusto, fui inmensamente feliz y lo fui porque, gracias a la enfermedad, mis cinco hijos y yo fuimos capaces –unidos-de hacer un nuevo núcleo familiar inmensamente gratificante por diferente que fuera al originario destruido unos años antes. En este sentido he comentado en ocasiones a mis amigos el carácter salvífico que tuvo para mí la enfermedad.

         En esta primera corriente de pensamiento, aunque a mí no me guste, se encuentran pensadores tan destacados como Blas Pascal cuando afirma “La felicidad es un artículo maravilloso: cuanto más se da, más le queda a uno”. La felicidad no es dable, no es un bien fungible, brota de una actitud personal profunda que comienza a hacerse en el  reconocimiento de uno mismo. En otro de sus pensamientos proclama: “La imaginación dispone de todo. Hace la belleza, la justicia y la felicidad, que es todo en el mundo”. No es posible ser feliz a base de imaginación, a menos que se considere la felicidad un “imposible” como Ortega o un “mito”, como Gustavo Bueno. También la escritora norteamericana Pearl S. Buck se adhiere a esta corriente cuando afirma: “Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías mientras esperan la gran felicidad”, lo cual es rigurosamente cierto y supone una advertencia muy aconsejable, pero las pequeñas alegrías, que hay que vivirlas para vivir con la intensidad posible, no suponen más allá de momentos agradables. Antoine de Rivarol se adhiere también al decir que “La esperanza es un préstamo que se hace a la felicidad.” Parece no creer más que en la felicidad como una meta a la que no se llega más que por momentos felicitarios que, de no producirse, hay que anticiparlos a base de esperanza y por ello es la esperanza un préstamo para anticipar la felicidad o crear una felicidad virtual anticipada a base de esperanza porque de otro modo la felicidad real nunca llegaría.

         La segunda línea del pensamiento occidental sobre la felicidad humana, la que me gusta a mí, la que sigo y la que recomiendo porque yo la vivo, dice que la felicidad consiste en la fidelidad a uno mismo y a su propia vocación. En el caso particular mío que describía antes, la felicidad se asentaba en que mi proyecto al constituir una familia treinta años antes, que se había demolido por completo cuatro años atrás, volvía a ser posible, era sostenible y eso me permitía mantenerme fiel al proyecto vital familiar de origen. En la medida en que sea yo capaz de aumentar los campos de la fidelidad a mí mismo en los diferentes proyectos que afectan a mi condición personal: el proyecto matrimonial, el proyecto familiar, el proyecto profesional, los amigos, la sociedad, la cultura haremos que la felicidad sea más extensa y, por abarcar más, la percibiremos con mayor intensidad también. En esta tendencia están Aristóteles, el primero, que dice así: “Deja de poner la felicidad cada vez más lejos de ti” o también, con rotundidad en el empeño estrictamente personal de la felicidad: “Nadie es dueño de tu felicidad. Por eso, no entregues tu alegría, tu paz, tu vida en las manos de nadie, absolutamente de nadie”

         Muy importante en esta línea es esta expresión de Leibnitz: “Amar es encontrar en la felicidad del otro la propia felicidad.” Si la felicidad consiste en ser fiel a la propia vocación, la felicidad suprema se consigue en el cumplimiento de la vocación radical del hombre y de la mujer, que es el amor, la condición amorosa de la vida personal hace que el amor sea necesario para la persona, renunciar al amor es renunciar a la propia mismidad y, por lo tanto, renunciar a la mismísima felicidad, el objetivo primordial de mi vida. Por todo esto el amor auténtico se presenta como irrenunciable y, en esta medida, es felicidad.

         Traigo unas palabras de Julián Marías sacadas de su “Antropología metafísica” que dicen así: “La más frecuente reacción del hombre ante la amenaza y la inseguridad, para asegurar la felicidad, es la renuncia, la simplificación del proyecto. Esto puede quizá asegurar el bienestar o la comodidad o la ausencia de dolor, o su mitigación pero justamente elimina la felicidad. Por el contrario, hay que complicar el proyecto para que corresponda a la estructura compleja de la realidad, a la vez que se refuerza su unidad proyectiva. Hay que proyectar en varias direcciones, a distintos niveles, unitariamente. Se dirá que no es fácil; ciertamente, pero nadie ha dicho que sea fácil vivir; por el contrario, vivir es la suma dificultad.”

         Cobra mucho sentido ahora esta cita de C. S. Lewis: “El dolor de entonces es la felicidad de ahora” y también “La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos” (Henry Van Dyke)

         El gran Borges proclamó: “He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola” y termino esta serie de citas con el Maestro Gracián: “Nunca se debe pecar contra la propia felicidad por complacer al que aconseja y permanece ajeno.”



         Por sentar por última vez la diferencia entre las dos maneras de entender la felicidad, notemos cuando llegan las Navidades o el cumpleaños de un amigo o la boda de algún próximo a nosotros y le deseamos ¡Muchas felicidades! Eso supone creer que la felicidad es suma de momentos, de felicidades muchas y diversas. Deberíamos decirle, con más propiedad ¡Sé feliz! Lo que supone ponerse en la actitud de serlo y, con firmeza y constancia, conseguirlo. Este era el argumento de una extraordinaria “tercera” de ABC de Ignacio Sánchez Cámara de 24 de enero de 2011.

         Abiertos a la trascendencia afirmo con John Locke que “La esperanza de una felicidad eterna e incomprensible en otro mundo lleva consigo el placer constante” y sabemos bien que el proyecto a que llama el Señor Jesús está expuesto en el Sermón del Monte que narra el Evangelio de Mateo en el capítulo 5 en que se asegura la felicidad para:

·       Los que eligen ser pobres
·       Los que sufren
·       Los no violentos
·       Los que tienen hambre y sed de justicia
·       Los que prestan ayuda
·       Los limpios de corazón
·       Los que trabajan por la paz
·       Los que viven perseguidos por su fidelidad

Como ser feliz, que es un camino y meta a la vez, no es una tarea fácil pero es necesaria, conviene ayudarse para acometerla de algunas pautas psicológicas que ayudan en el empeño y que el Prof. Enrique Rojas propone:

1.     Ser capaz de cerrar las heridas del pasado.
2.     Aprender a tener una visión positiva de la vida.
3.     Tener una voluntad férrea.
4.     Tener un buen equilibrio entre corazón y cabeza.
5.     Tener un proyecto de vida coherente y realista,


¡Que seáis muy felices todos los que me habéis leído!

Lo deseo de todo corazón.

























E.L./26.09.2017