miércoles, 27 de septiembre de 2017

La consistencia de la Felicidad. Camino y meta a un tiempo, necesarios y obligatorios

 
"Entra para crecer en sabiduría"
En el frontispicio de acceso a la Universidad de Harvard (Cambridge, MA)
  
         La sabiduría es un carácter que se desarrolla con la aplicación de la inteligencia en la experiencia  propia, obteniendo conclusiones que nos dan un mayor entendimiento, que a su vez nos capacitan para reflexionar, sacando conclusiones que nos dan discernimiento de la verdad, lo bueno y lo malo.

         A todo esto llamado sabiduría, que consiste en optimizar mi propia vida, le toca entender de la felicidad.

         Hace algo más de doce años me enamoré intensamente de una mujer andaluza que correspondió a mi amor con su amor intenso, también. Salíamos los dos de nuestros procesos respectivos de separación matrimonial y destrucción de la familia, episodios más numerosos cada vez, y ambos ocupamos en ellos la posición de “repudiados”. Si su papel hubiera sido de “repudiante” no me hubiera yo enriquecido tanto con la trasmisión de sus experiencias. El proceso contencioso matrimonial de ella llevaba alguna antelación al mío por lo que sus vivencias y enseñanzas fueron muy beneficiosas para mí que no entendía, que no me explicaba, que no soportaba la traición, el odio que me manifestaba con horror a diario la madre de mis hijos.

         Nunca como con aquella me he sentido tan identificado con una mujer: hacedora de un inmenso bienestar para mí, sujeto permanente de mi atención y de mis sueños, parte de mi proyecto personal, percibiendo mi crecimiento personal junto a ella, convencido –en fin- de que encarnaba la prolongación femenina de mí mismo.

         Pero aquello, para desgracia nuestra, no fuimos capaces de sostenerlo, abandonamos el camino en común y me quedé desolado con la ruptura. Tenía en casa un par de libros sobre la felicidad y me hice con otros dos o tres para dedicar aquel verano de 2005 a estudiar qué había dicho el pensamiento occidental sobre la felicidad, desde Sócrates hasta hoy. Y es que yo quería entonces y quiero hoy ser feliz. Necesitaba buscar donde estaba el camino.

         La felicidad es un concepto singular: todo el mundo habla de ella sin saber a lo que se refiere; todo el mundo la desea pero nadie la busca por las vías en que puede encontrarse, se imputa a terceros la infelicidad propia cuando la felicidad es un asunto rigurosamente personal en el que nadie interviene. Recuerdo yo en funerales de la Castilla profunda en los años 60 del pasado siglo expresiones laudatorias hacia Antonio el difunto, como las siguientes: ¡Qué feliz hizo el Antonio a la Pili! La Pili, que fue feliz, lo fue por sí misma y sin mediación de nadie, ni siquiera de su Antonio. Otro asunto es que Antonio en su inmenso amor hacia ella incrementara mientras vivió la intensidad de la felicidad de la que Pili gozaba porque así se lo había propuesto. Por ser un asunto rigurosamente personal cada hombre y cada mujer han de plantearse lo que es para él/ella la felicidad. Hay muchos otros nombres para designar la felicidad: dicha, suerte, ventura, fortuna, beatitud, bienaventuranza. Hay en ellos una significación común pero existen matices entre ellos que sitúan a cada uno en una de las dos corrientes del pensamiento sobre la felicidad humana que ahora desvelaré.

         Otra de las características de la felicidad es que corresponde al orden del ser y no al orden del estar. Hay personas a las que se les escucha decir “estoy feliz”; éstas suelen confundir el ser feliz con estar a gusto que son cuestiones muy diversas como expondré a continuación.


         

Existen dos corrientes en la historia del pensamiento que definen la consistencia de la felicidad. La primera hace coincidir el término felicidad con el sumatorio de momentos felicitarios a lo largo de un período de tiempo, de una vida entera. Los momentos felicitarios sólo pueden ser aquellos en que la persona se sienta a gusto, disfrute del placer o sienta plenitud.

         A mí esta definición no me gusta. Me parece que confunde “ser feliz” con “estar a gusto”; lo que decía antes de los que afirman “estoy feliz”. Y esto me parece un error, no un error de grado sino de naturaleza, que es de mayor gravedad. Yo tuve hace diez años la inmensa fortuna de vivir en mí mismo la experiencia que me permitió poder detectar la diferencia entre ser feliz y estar a gusto: estaba padeciendo el doloroso tratamiento de una enfermedad tumoral (que evolucionó favorablemente hacia la curación, por cierto) y durante varios meses, casi un año, estuve obligado a vivir muy a disgusto, con pérdida de entre un veinte y un treinta por ciento de mi peso, dolores, incomodidades, mucho trajín de hospitales, cirugía, quimioterapia, radioterapia. Ya se sabe más o menos lo que supone eso, todos tenemos experiencias más bien próximas. Pues bien, durante todo ese tiempo en que no tuve más remedio que vivir tan a disgusto, fui inmensamente feliz y lo fui porque, gracias a la enfermedad, mis cinco hijos y yo fuimos capaces –unidos-de hacer un nuevo núcleo familiar inmensamente gratificante por diferente que fuera al originario destruido unos años antes. En este sentido he comentado en ocasiones a mis amigos el carácter salvífico que tuvo para mí la enfermedad.

         En esta primera corriente de pensamiento, aunque a mí no me guste, se encuentran pensadores tan destacados como Blas Pascal cuando afirma “La felicidad es un artículo maravilloso: cuanto más se da, más le queda a uno”. La felicidad no es dable, no es un bien fungible, brota de una actitud personal profunda que comienza a hacerse en el  reconocimiento de uno mismo. En otro de sus pensamientos proclama: “La imaginación dispone de todo. Hace la belleza, la justicia y la felicidad, que es todo en el mundo”. No es posible ser feliz a base de imaginación, a menos que se considere la felicidad un “imposible” como Ortega o un “mito”, como Gustavo Bueno. También la escritora norteamericana Pearl S. Buck se adhiere a esta corriente cuando afirma: “Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías mientras esperan la gran felicidad”, lo cual es rigurosamente cierto y supone una advertencia muy aconsejable, pero las pequeñas alegrías, que hay que vivirlas para vivir con la intensidad posible, no suponen más allá de momentos agradables. Antoine de Rivarol se adhiere también al decir que “La esperanza es un préstamo que se hace a la felicidad.” Parece no creer más que en la felicidad como una meta a la que no se llega más que por momentos felicitarios que, de no producirse, hay que anticiparlos a base de esperanza y por ello es la esperanza un préstamo para anticipar la felicidad o crear una felicidad virtual anticipada a base de esperanza porque de otro modo la felicidad real nunca llegaría.

         La segunda línea del pensamiento occidental sobre la felicidad humana, la que me gusta a mí, la que sigo y la que recomiendo porque yo la vivo, dice que la felicidad consiste en la fidelidad a uno mismo y a su propia vocación. En el caso particular mío que describía antes, la felicidad se asentaba en que mi proyecto al constituir una familia treinta años antes, que se había demolido por completo cuatro años atrás, volvía a ser posible, era sostenible y eso me permitía mantenerme fiel al proyecto vital familiar de origen. En la medida en que sea yo capaz de aumentar los campos de la fidelidad a mí mismo en los diferentes proyectos que afectan a mi condición personal: el proyecto matrimonial, el proyecto familiar, el proyecto profesional, los amigos, la sociedad, la cultura haremos que la felicidad sea más extensa y, por abarcar más, la percibiremos con mayor intensidad también. En esta tendencia están Aristóteles, el primero, que dice así: “Deja de poner la felicidad cada vez más lejos de ti” o también, con rotundidad en el empeño estrictamente personal de la felicidad: “Nadie es dueño de tu felicidad. Por eso, no entregues tu alegría, tu paz, tu vida en las manos de nadie, absolutamente de nadie”

         Muy importante en esta línea es esta expresión de Leibnitz: “Amar es encontrar en la felicidad del otro la propia felicidad.” Si la felicidad consiste en ser fiel a la propia vocación, la felicidad suprema se consigue en el cumplimiento de la vocación radical del hombre y de la mujer, que es el amor, la condición amorosa de la vida personal hace que el amor sea necesario para la persona, renunciar al amor es renunciar a la propia mismidad y, por lo tanto, renunciar a la mismísima felicidad, el objetivo primordial de mi vida. Por todo esto el amor auténtico se presenta como irrenunciable y, en esta medida, es felicidad.

         Traigo unas palabras de Julián Marías sacadas de su “Antropología metafísica” que dicen así: “La más frecuente reacción del hombre ante la amenaza y la inseguridad, para asegurar la felicidad, es la renuncia, la simplificación del proyecto. Esto puede quizá asegurar el bienestar o la comodidad o la ausencia de dolor, o su mitigación pero justamente elimina la felicidad. Por el contrario, hay que complicar el proyecto para que corresponda a la estructura compleja de la realidad, a la vez que se refuerza su unidad proyectiva. Hay que proyectar en varias direcciones, a distintos niveles, unitariamente. Se dirá que no es fácil; ciertamente, pero nadie ha dicho que sea fácil vivir; por el contrario, vivir es la suma dificultad.”

         Cobra mucho sentido ahora esta cita de C. S. Lewis: “El dolor de entonces es la felicidad de ahora” y también “La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos” (Henry Van Dyke)

         El gran Borges proclamó: “He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola” y termino esta serie de citas con el Maestro Gracián: “Nunca se debe pecar contra la propia felicidad por complacer al que aconseja y permanece ajeno.”



         Por sentar por última vez la diferencia entre las dos maneras de entender la felicidad, notemos cuando llegan las Navidades o el cumpleaños de un amigo o la boda de algún próximo a nosotros y le deseamos ¡Muchas felicidades! Eso supone creer que la felicidad es suma de momentos, de felicidades muchas y diversas. Deberíamos decirle, con más propiedad ¡Sé feliz! Lo que supone ponerse en la actitud de serlo y, con firmeza y constancia, conseguirlo. Este era el argumento de una extraordinaria “tercera” de ABC de Ignacio Sánchez Cámara de 24 de enero de 2011.

         Abiertos a la trascendencia afirmo con John Locke que “La esperanza de una felicidad eterna e incomprensible en otro mundo lleva consigo el placer constante” y sabemos bien que el proyecto a que llama el Señor Jesús está expuesto en el Sermón del Monte que narra el Evangelio de Mateo en el capítulo 5 en que se asegura la felicidad para:

·       Los que eligen ser pobres
·       Los que sufren
·       Los no violentos
·       Los que tienen hambre y sed de justicia
·       Los que prestan ayuda
·       Los limpios de corazón
·       Los que trabajan por la paz
·       Los que viven perseguidos por su fidelidad

Como ser feliz, que es un camino y meta a la vez, no es una tarea fácil pero es necesaria, conviene ayudarse para acometerla de algunas pautas psicológicas que ayudan en el empeño y que el Prof. Enrique Rojas propone:

1.     Ser capaz de cerrar las heridas del pasado.
2.     Aprender a tener una visión positiva de la vida.
3.     Tener una voluntad férrea.
4.     Tener un buen equilibrio entre corazón y cabeza.
5.     Tener un proyecto de vida coherente y realista,


¡Que seáis muy felices todos los que me habéis leído!

Lo deseo de todo corazón.

























E.L./26.09.2017

6 comentarios:

  1. Enrique, me ha parecido intenso el camino que has seguido para llegar a la conclusión sobre la felicidad. me gusta y estoy de acuerdo. La felicidad solo puede estar en nosotros, debemos conocernos corregir formas erróneas de ser y la felicidad empieza a manifestarse. La felicidad no nos la puede dar nadie, ni nos la puede quitar. Nos puede dar o contribuir a eso momentos de bienestar (como tu los llamas) pero no la felicidad. Una vez sintamos nuestra felicidad, podemos compartirla, eso es bello, compartir amor, alegría, felicidad. La premisa errónea de que otra persona, estatus económico o social nos hará feliz, me parece una premisa errónea que todos portamos como cierta. Resumiendo me ha gustado tu escrito, yo me expreso mal escribiendo, mi camino ha sido parecido al tuyo. Decidí que la sabiduría era poner en practica el conocimiento que había adquirido a lo largo de mi vida, y así empecé a buscar en escritos tanto de occidente como de oriente, medité y medito...bueno parece que algo se empezó a manifestar en mí, me parece que es el camino de descubrir mi amor, mi felicidad...espero seguir a más. voy compartiéndolo con todos, quien lo acepta tal vez le sea útil, y quien no lo acepta tal vez no le haga falta.
    Un beso amigo, gracias por compartir conmigo algo tan Bello. Un Beso

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  2. Muchas gracias, Martas. Me parece un exceso tu loa, pero no por ello dejas de ser un encanto.Un beso de vuelta para ti

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  3. Respuestas
    1. Gracias, Santiago. Celebro que te haya gustado. Tampoco me extraña, conociendo de nuestra afinidad. Abrazo,

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  4. Enrique, me ha encantado. Hace ya bastantes años pasé también por un proceso doloroso y, hace tan solo tres,el Señor ha vuelto "a ponerme a prueba", pero con suerte me cogió preparada, YO YA HABÍA DECIDIDO SER FELIZ a pesar de las adversidades, y hasta hoy....
    Creo que es la propia actitud que tengo la que me hace ser fuerte -nunca lo fuí o al menos eso pensaba , y desde luego recomiendo de todas todas empeñarse a tope y trabajar por ser felíz, ya que como bien dices no es facil pero merece la pena. Se ve todo desde otra optica.
    Enhorabuena por lo bien que escribes y además, porque creo que tenemos en común el no dejar que nada nos influya negativamente. Gracias y un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Concha. Eres un encanto. Me entenderás ahora, si al cruzarnos en FB, te digo en alguna ocasión: "Sé feliz, es obligatorio" Otro abrazo de vuelta para ti

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