"Entra para crecer en sabiduría" En el frontispicio de acceso a la Universidad de Harvard (Cambridge, MA) |
La sabiduría es un carácter que se desarrolla con la
aplicación de la inteligencia en la experiencia propia,
obteniendo conclusiones que nos dan un mayor entendimiento,
que a su vez nos capacitan para reflexionar, sacando conclusiones que nos dan discernimiento
de la verdad,
lo bueno y lo malo.
A todo esto llamado sabiduría, que consiste
en optimizar mi propia vida, le toca entender de la felicidad.
Hace algo más de doce años me enamoré
intensamente de una mujer andaluza que correspondió a mi amor con su amor
intenso, también. Salíamos los dos de nuestros procesos respectivos de
separación matrimonial y destrucción de la familia, episodios más numerosos
cada vez, y ambos ocupamos en ellos la posición de “repudiados”. Si su papel
hubiera sido de “repudiante” no me hubiera yo enriquecido tanto con la trasmisión
de sus experiencias. El proceso contencioso matrimonial de ella llevaba alguna
antelación al mío por lo que sus vivencias y enseñanzas fueron muy beneficiosas
para mí que no entendía, que no me explicaba, que no soportaba la traición, el
odio que me manifestaba con horror a diario la madre de mis hijos.
Nunca como con aquella me he sentido
tan identificado con una mujer: hacedora de un inmenso bienestar para mí, sujeto
permanente de mi atención y de mis sueños, parte de mi proyecto personal, percibiendo
mi crecimiento personal junto a ella, convencido –en fin- de que encarnaba la
prolongación femenina de mí mismo.
Pero aquello, para desgracia nuestra,
no fuimos capaces de sostenerlo, abandonamos el camino en común y me quedé desolado
con la ruptura. Tenía en casa un par de libros sobre la felicidad y me hice con
otros dos o tres para dedicar aquel verano de 2005 a estudiar qué había dicho
el pensamiento occidental sobre la felicidad, desde Sócrates hasta hoy. Y es
que yo quería entonces y quiero hoy ser feliz. Necesitaba buscar donde estaba
el camino.
La felicidad es un concepto singular: todo el mundo habla de ella
sin saber a lo que se refiere; todo el mundo la desea pero nadie la busca por
las vías en que puede encontrarse, se imputa a terceros la infelicidad propia
cuando la felicidad es un asunto rigurosamente personal en el que nadie
interviene. Recuerdo yo en funerales de la Castilla profunda en los años 60 del
pasado siglo expresiones laudatorias hacia Antonio el difunto, como las
siguientes: ¡Qué feliz hizo el Antonio a la Pili! La Pili, que fue feliz, lo
fue por sí misma y sin mediación de nadie, ni siquiera de su Antonio. Otro
asunto es que Antonio en su inmenso amor hacia ella incrementara mientras vivió
la intensidad de la felicidad de la que Pili gozaba porque así se lo había
propuesto. Por ser un asunto rigurosamente personal cada hombre y cada mujer
han de plantearse lo que es para él/ella la felicidad. Hay muchos otros nombres
para designar la felicidad: dicha, suerte, ventura, fortuna, beatitud,
bienaventuranza. Hay en ellos una significación común pero existen matices
entre ellos que sitúan a cada uno en una de las dos corrientes del pensamiento
sobre la felicidad humana que ahora desvelaré.
Otra de las características de la
felicidad es que corresponde al orden del ser y no al orden del estar. Hay
personas a las que se les escucha decir “estoy feliz”; éstas suelen confundir
el ser feliz con estar a gusto que son cuestiones muy diversas como expondré a
continuación.
Existen dos corrientes en la historia
del pensamiento que definen la consistencia de la felicidad. La primera hace coincidir el término
felicidad con el sumatorio de momentos felicitarios a lo largo de un período de
tiempo, de una vida entera. Los momentos felicitarios sólo pueden ser
aquellos en que la persona se sienta a gusto, disfrute del placer o sienta
plenitud.
A mí esta definición no me gusta. Me
parece que confunde “ser feliz” con “estar a gusto”; lo que decía antes de los que
afirman “estoy feliz”. Y esto me parece un error, no un error de grado sino de
naturaleza, que es de mayor gravedad. Yo tuve hace diez años la inmensa fortuna
de vivir en mí mismo la experiencia que me permitió poder detectar la diferencia
entre ser feliz y estar a gusto: estaba padeciendo el doloroso tratamiento de
una enfermedad tumoral (que evolucionó favorablemente hacia la curación, por
cierto) y durante varios meses, casi un año, estuve obligado a vivir muy a
disgusto, con pérdida de entre un veinte y un treinta por ciento de mi peso,
dolores, incomodidades, mucho trajín de hospitales, cirugía, quimioterapia,
radioterapia. Ya se sabe más o menos lo que supone eso, todos tenemos
experiencias más bien próximas. Pues bien, durante todo ese tiempo en que no
tuve más remedio que vivir tan a disgusto, fui inmensamente feliz y lo fui
porque, gracias a la enfermedad, mis cinco hijos y yo fuimos capaces –unidos-de
hacer un nuevo núcleo familiar inmensamente gratificante por diferente que
fuera al originario destruido unos años antes. En este sentido he comentado en
ocasiones a mis amigos el carácter salvífico que tuvo para mí la enfermedad.
En esta primera corriente de
pensamiento, aunque a mí no me guste, se encuentran pensadores tan destacados
como Blas Pascal cuando afirma “La felicidad es un artículo maravilloso: cuanto
más se da, más le queda a uno”. La felicidad no es dable, no es un bien
fungible, brota de una actitud personal profunda que comienza a hacerse en el reconocimiento de uno mismo. En otro de sus
pensamientos proclama: “La imaginación dispone de todo. Hace la belleza, la
justicia y la felicidad, que es todo en el mundo”. No es posible ser feliz a
base de imaginación, a menos que se considere la felicidad un “imposible” como
Ortega o un “mito”, como Gustavo Bueno. También la escritora norteamericana
Pearl S. Buck se adhiere a esta corriente cuando afirma: “Muchas personas se
pierden las pequeñas alegrías mientras esperan la gran felicidad”, lo cual es
rigurosamente cierto y supone una advertencia muy aconsejable, pero las pequeñas
alegrías, que hay que vivirlas para vivir con la intensidad posible, no suponen
más allá de momentos agradables. Antoine de Rivarol se adhiere también al decir
que “La esperanza es un préstamo que se hace a la felicidad.” Parece no creer
más que en la felicidad como una meta a la que no se llega más que por momentos
felicitarios que, de no producirse, hay que anticiparlos a base de esperanza y
por ello es la esperanza un préstamo para anticipar la felicidad o crear una
felicidad virtual anticipada a base de esperanza porque de otro modo la
felicidad real nunca llegaría.
La
segunda línea del pensamiento occidental sobre la felicidad humana, la que
me gusta a mí, la que sigo y la que recomiendo porque yo la vivo, dice que la felicidad consiste en la fidelidad
a uno mismo y a su propia vocación. En el caso particular mío que describía
antes, la felicidad se asentaba en que mi proyecto al constituir una familia
treinta años antes, que se había demolido por completo cuatro años atrás,
volvía a ser posible, era sostenible y eso me permitía mantenerme fiel al proyecto
vital familiar de origen. En la medida en que sea yo capaz de aumentar los
campos de la fidelidad a mí mismo en los diferentes proyectos que afectan a mi condición
personal: el proyecto matrimonial, el proyecto familiar, el proyecto
profesional, los amigos, la sociedad, la cultura haremos que la felicidad sea
más extensa y, por abarcar más, la percibiremos con mayor intensidad también. En
esta tendencia están Aristóteles, el primero, que dice así: “Deja de poner la
felicidad cada vez más lejos de ti” o también, con rotundidad en el empeño
estrictamente personal de la felicidad: “Nadie es dueño de tu felicidad. Por
eso, no entregues tu alegría, tu paz, tu vida en las manos de nadie,
absolutamente de nadie”
Muy importante en esta línea es esta
expresión de Leibnitz: “Amar es encontrar en la felicidad del otro la propia
felicidad.” Si la felicidad consiste en ser fiel a la propia vocación, la
felicidad suprema se consigue en el cumplimiento de la vocación radical del
hombre y de la mujer, que es el amor, la condición amorosa de la vida personal
hace que el amor sea necesario para la persona, renunciar al amor es renunciar
a la propia mismidad y, por lo tanto, renunciar a la mismísima felicidad, el
objetivo primordial de mi vida. Por todo esto el amor auténtico se presenta
como irrenunciable y, en esta medida, es felicidad.
Traigo unas palabras de Julián Marías
sacadas de su “Antropología metafísica” que dicen así: “La más frecuente
reacción del hombre ante la amenaza y la inseguridad, para asegurar la
felicidad, es la renuncia, la simplificación del proyecto. Esto puede quizá
asegurar el bienestar o la comodidad
o la ausencia de dolor, o su mitigación pero justamente elimina la felicidad. Por el contrario, hay que complicar el proyecto para que
corresponda a la estructura compleja de la realidad, a la vez que se refuerza
su unidad proyectiva. Hay que proyectar en varias direcciones, a distintos
niveles, unitariamente. Se dirá que
no es fácil; ciertamente, pero nadie ha dicho que sea fácil vivir; por el
contrario, vivir es la suma dificultad.”
Cobra mucho sentido ahora esta cita de C. S. Lewis: “El
dolor de entonces es la felicidad de ahora” y también “La felicidad es
interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo
que somos” (Henry Van Dyke)
El gran Borges proclamó: “He sospechado alguna vez que la
única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola” y
termino esta serie de citas con el Maestro Gracián: “Nunca se debe pecar contra
la propia felicidad por complacer al que aconseja y permanece ajeno.”
Por sentar por última vez la diferencia
entre las dos maneras de entender la felicidad, notemos cuando llegan las
Navidades o el cumpleaños de un amigo o la boda de algún próximo a nosotros y
le deseamos ¡Muchas felicidades! Eso supone creer que la felicidad es suma de
momentos, de felicidades muchas y diversas. Deberíamos decirle, con más
propiedad ¡Sé feliz! Lo que supone ponerse en la actitud de serlo y, con
firmeza y constancia, conseguirlo. Este era el argumento de una extraordinaria
“tercera” de ABC de Ignacio Sánchez Cámara de 24 de enero de 2011.
Abiertos a la trascendencia afirmo con John Locke que “La
esperanza de una felicidad eterna e incomprensible en otro mundo lleva consigo
el placer constante” y sabemos bien que el proyecto a que llama el Señor Jesús
está expuesto en el Sermón del Monte que narra el Evangelio de Mateo en el
capítulo 5 en que se asegura la felicidad para:
· Los que eligen ser
pobres
· Los que sufren
· Los no violentos
· Los que tienen hambre y
sed de justicia
· Los que prestan ayuda
· Los limpios de corazón
· Los que trabajan por la
paz
· Los que viven
perseguidos por su fidelidad
Como ser feliz, que es
un camino y meta a la vez, no es una tarea fácil pero es necesaria, conviene
ayudarse para acometerla de algunas pautas psicológicas que ayudan en el empeño
y que el Prof. Enrique Rojas propone:
1. Ser capaz de cerrar las
heridas del pasado.
2. Aprender a tener una
visión positiva de la vida.
3. Tener una voluntad
férrea.
4. Tener un buen
equilibrio entre corazón y cabeza.
5. Tener un proyecto de
vida coherente y realista,
¡Que seáis muy felices
todos los que me habéis leído!
Lo deseo de todo
corazón.
E.L./26.09.2017
Enrique, me ha parecido intenso el camino que has seguido para llegar a la conclusión sobre la felicidad. me gusta y estoy de acuerdo. La felicidad solo puede estar en nosotros, debemos conocernos corregir formas erróneas de ser y la felicidad empieza a manifestarse. La felicidad no nos la puede dar nadie, ni nos la puede quitar. Nos puede dar o contribuir a eso momentos de bienestar (como tu los llamas) pero no la felicidad. Una vez sintamos nuestra felicidad, podemos compartirla, eso es bello, compartir amor, alegría, felicidad. La premisa errónea de que otra persona, estatus económico o social nos hará feliz, me parece una premisa errónea que todos portamos como cierta. Resumiendo me ha gustado tu escrito, yo me expreso mal escribiendo, mi camino ha sido parecido al tuyo. Decidí que la sabiduría era poner en practica el conocimiento que había adquirido a lo largo de mi vida, y así empecé a buscar en escritos tanto de occidente como de oriente, medité y medito...bueno parece que algo se empezó a manifestar en mí, me parece que es el camino de descubrir mi amor, mi felicidad...espero seguir a más. voy compartiéndolo con todos, quien lo acepta tal vez le sea útil, y quien no lo acepta tal vez no le haga falta.
ResponderEliminarUn beso amigo, gracias por compartir conmigo algo tan Bello. Un Beso
Muchas gracias, Martas. Me parece un exceso tu loa, pero no por ello dejas de ser un encanto.Un beso de vuelta para ti
ResponderEliminarUna excelente reflexión
ResponderEliminarGracias, Santiago. Celebro que te haya gustado. Tampoco me extraña, conociendo de nuestra afinidad. Abrazo,
EliminarEnrique, me ha encantado. Hace ya bastantes años pasé también por un proceso doloroso y, hace tan solo tres,el Señor ha vuelto "a ponerme a prueba", pero con suerte me cogió preparada, YO YA HABÍA DECIDIDO SER FELIZ a pesar de las adversidades, y hasta hoy....
ResponderEliminarCreo que es la propia actitud que tengo la que me hace ser fuerte -nunca lo fuí o al menos eso pensaba , y desde luego recomiendo de todas todas empeñarse a tope y trabajar por ser felíz, ya que como bien dices no es facil pero merece la pena. Se ve todo desde otra optica.
Enhorabuena por lo bien que escribes y además, porque creo que tenemos en común el no dejar que nada nos influya negativamente. Gracias y un abrazo.
Muchas gracias, Concha. Eres un encanto. Me entenderás ahora, si al cruzarnos en FB, te digo en alguna ocasión: "Sé feliz, es obligatorio" Otro abrazo de vuelta para ti
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